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La hora del té

Tercera parte

Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —¡Ey, bigotitos, respeta el espacio vital! ¡Que corra el aire! —le pidió sumamente confusa por la inesperada muestra de cariño.

      —Gracias… —murmuró Nialdry llorando, obviando por completo su petición.

      Al notar las lágrimas resbalando por sus plumas y cómo temblaba el cuerpo de la pobre Mainrog mientras se aferraba con desesperación a ella, Mirdian dejó de resistirse. Pasó lentamente el ala a su alrededor y, con un cariño que solo le había visto mostrar con Nuck, palmeó dulcemente su espalda un par de veces.

      —Ya, ya… No llores más, que me vas a bañar y ya lo he hecho esta mañana —dijo tratando de que se serenase.

      Enternecida por su gesto, Nialdry la soltó y, sonriendo, le pidió perdón por haberse excedido.

      —Además, míralo de esta forma —dijo limpiándose las plumas mientras regresaba a su asiento—, si no quiere venir, él se lo pierde y a más tocamos —señaló sabiamente frotándose las plumas—. A ver, enséñanos que has preparado.

      En cuanto le pidió que mostrara sus creaciones, Nialdry recuperó esa chispeante mirada que se le ponía cada vez que hacía una pregunta y tomó asiento de inmediato. Siguiendo su ejemplo, me senté en una butaca y dejé a Drip apoyado sobre uno de los reposabrazos para que terminara de calmarse. Eyra se puso frente a Nialdry y, haciéndole un gesto con la pata, la invitó a que diera comienzo con el festín.

      Aún más emocionada que cuando me vio por primera vez, la joven Mainrog acercó la pata a su oreja derecha y acarició el pendiente. Tan pronto como sintió la calidez de su piel, la espina se iluminó y surgió de su interior una extraña estela de luz que se alzó por encima de su cabeza hasta cobrar la forma de un pez. Tenía dos pares de aletas que se asemejaban a alas de color púrpura y dos pequeñas antenas de color rosado en la cabeza. El cuerpo, brillante y translúcido como si de un fantasma se tratara, tenía una sinfonía de verdes que reflejaban las luces del comedor igual que si estuviese realmente bajo el agua.

      Asombradas por aquel singular prodigio, las tres nos quedamos con la boca abierta mientras el pez, no más grande que mi mano, descendía junto a su dueña para saludarla restregando su inconsistente cuerpo contra su mejilla.

      —Este es Dulin, mi mejor amigo y ayudante —le presentó sonriente mientras le devolvía cariñosamente el saludo.

      —Por los cañones de mis plumas, ¿qué es ese bicho…? —masculló Mirdian fascinada estirando el ala para tratar de tocarlo.

      —Es el espíritu de un Sherjan —contestó medio sonriendo al ver como la Sirzan trataba una y otra vez de acariciarlo sin ningún éxito.

      —¿Y para qué narices sirve esta cosa sin cuerpo? —insistió irritada de que lo hubiese invocado en vez de sacar los postres— ¿Dónde están los dorsans?

      —Pues lo he llamado precisamente por eso —contestó nerviosa por su impaciencia—. Dado que Dulin ya no está en su estado natural…

      —Querrás decir vivo —matizó Mirdian.

      —Sí —asintió cohibida—. Dado que ya no está vivo, no puede crear nada, pero sí almacenar casi cualquier cosa. Tan solo tiene que comerse el objeto que desee guardar y es capaz de conservarlo en su interior de forma indefinida hasta que lo necesite. Entonces, lo pinta en el aire con su cuerpo y lo hace regresar a nuestra realidad.

      —Asombroso… —murmuré incapaz de apartar la vista de él.

      Feliz por mi halago, Dulin se alejó del incesante acoso de Mirdian y se aproximó hacia mí lentamente. Pasó frente a mi rostro y, sonriendo, se contoneó dejando tras de sí una suave estela del mismo color que sus preciosas aletas.

      —Creo que le habéis caído bien —indicó Nialdry al ver como jugueteaba ante mí.

      —¡Maldito pez! ¡Vuelve aquí y deja que te toque! —farfulló Mirdian molesta por que se hubiese apartado de su ala.

      —Lo siento mucho, Mirdian, pero me temo que solo yo puedo hacerlo… —explicó aún a riesgo de que se enfadara todavía más.

      —¿Y eso? —pregunté con curiosidad.

      —El espíritu de Dulin está ligado a su espina, así que únicamente su portador puede tener contacto con él —murmuró acariciando el dorso del pez.

      —¡Pues préstamelo! —dijo extendiendo el ala hacia ella para que se lo entregara.

      —E… eso no será posible —murmuró nerviosa cogiéndose de la cola.

      —¿Por qué? —preguntó molesta.

      —Porque no puedo quitármelo… —contestó medio temblando—. Mientras Dulin siga jurándome lealtad, nada ni nadie podrá separarlo de mi oreja. 

      Con una mezcla de frustración y derrota, Mirdian hinchó los mofletes y se cruzó de alas.

      —Ya que no puedo acariciarlo, al menos tendrá en su interior dorsans como para llenar el comedor, ¿no? —masculló como si fuera una niña pequeña.

      —¡Por supuesto! —exclamó recuperando el entusiasmo—. ¡Adelante, Dulin, muéstrales lo que hemos preparado! —le pidió señalando la variopinta vajilla que teníamos ante nuestras narices.

floritura

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