El don de Dulin
Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
A la orden de Nialdry, las aletas del hermoso pez se iluminaron y nadó en el aire hasta colocarse sobre la mesa. Entonces, se retorció hacia arriba para coger impulso y, con la maestría propia de un pintor, comenzó a dibujar en el aire toda clase de dulces.
Cuando el último postre estuvo acabado, Dulin agitó las antenas de su cabeza y las ilustraciones se materializaron cayendo sobre tazas, bandejas y platos. Si la curiosa forma de cocinar de la señora Glíria me había fascinado, el don de Dulin me dejó sin habla.
Rebosó los azucareros con toda clase de terrones de azúcar de colores con forma de gatos, peces, pájaros y arañas. Dibujó gominolas con forma de patitas de diferentes sabores y una bandeja llena de sardinas de chocolate cubiertas de huellas. En frente, hizo aparecer una preciosa caja de plata colmada de galletas de mantequilla con forma de cabezas de gato y una cesta de mimbre con magdalenas de zarpas. En el centro, junto a la tetera, llenó una taza de piruletas con el aspecto de un felino agazapado e hizo aparecer una especie de sopera de cristal repleta de peces de hojaldre rellenos. Al otro extremo de la mesa, ante Eyra, creó una pirámide de galletas rellenas de mermelada adornadas con la silueta de un gato y una luna. Cerca, pintó un delicioso séquito de bombones color malva con forma de gatos sentados sobre su cola con los ojos cerrados y una bandeja ovalada con pececillos que olían a bollos. Pero lo que realmente llamó mi atención fueron los pajarillos de caramelo de color azul que revoloteaban por toda la mesa dejando tras de sí una heladora estela de copos de nieve. No sabía qué eran o qué sabor tenían, pero, en cuanto los vi, quise llevármelos a la boca.
Como si acabara de ser testigo de un milagro, Mirdian, con los ojos abiertos como platos y el pico desencajado, se abalanzó sobre el ovillo lleno de arañas de azúcar. Con un brillo en los ojos que jamás le había visto, lo besó repetidas veces y lo arrastró por la mesa hasta su sitio. Entonces, convirtió su taza en una especie de bañera de porcelana y la llenó con el agua caliente de la tetera.
Sin inmutarse lo más mínimo por nuestras miradas de desconcierto, se introdujo en ella con cuidado de no quemarse y se tumbó dejando las plumas de la cola sobresaliendo por el borde. Acurrucada como si estuviera en un nido, estiró el ala y empezó a echar azucarillos al agua. En cuanto las figuritas acariciaron el tibio elemento, este se puso beige y comenzaron a surgir de la bañera una especie de arañas espectrales. Eran de color pajizo y tenían las patas cubiertas de granitos de azúcar y una media luna grabada sobre el abdomen.
En cuanto vi aquella marca, la reconocí al instante. Solo había una cosa en el mundo por la que Mirdian perdía el juicio, así que aquellas inquietantes arañas no podían estar hechas más que de semillas de Mirdrun. Ahora entendía porque había preferido los dorsans a devorar a la pobre Nialdry.
—Mirdian, ¿no crees que son demasiados azucarillos? —preguntó Eyra tan consternada por aquel festival de azúcar como nosotras.
—No —contestó sonriendo mientras las arañas se le subían por todas partes—. De hecho, tal vez debería añadir más… —murmuró echando un par de terrones más a la mezcla.
Más que una infusión, aquello parecía una pesadilla de ocho patas. No obstante, Mirdian parecía más feliz que nunca, así que me limité a observar cómo se deleitaba con su bañera repleta de jugosas arañas de Mirdrun.
Sorprendida por el inesperado circo de arácnidos que se había formado sobre la mesa, Nialdry me miró y se cubrió el hocico con la pata para contener la risa.
—Creo que, de ahora en adelante, ya no tendréis de qué preocuparos —indiqué en voz baja.
—¿De qué? —preguntó intrigada.
—De que Mirdian vuelva a transformaros. Mientras sigáis ofreciéndole esas arañas, creo que estaréis a salvo.
—¡Sí! Ja, ja, ja. ¡Creo que tenéis razón! —exclamó con gran alivio—. ¡Pero adelante, servíos lo que os apetezca! —dijo señalando los apetitosos dulces—. Me muero de ganas por saber vuestra opinión.
Sin dudarlo, y siguiendo el ejemplo de Eyra, me serví una taza de agua y le eché un azucarillo con forma de gato tumbado panza arriba de color verde. Al igual que sucedió con las arañas de Mirdian, en cuanto el terrón tocó el agua, esta se puso del mismo color que la figurita y emergió de la humeante taza el espíritu de un gato. Tenía los ojos dorados y el cuerpo cubierto de alguna clase de musgo en vez de pelo.
Con el tiento propio de su especie, se subió al borde de la taza y se tumbó dejando su larga y tupida cola remojándose en la infusión.
—¿Qué son exactamente los dorsans? —pregunté fascinada acariciando el aterciopelado lomo de mi felino.
—¡Una de las especialidades de la pastelería de mi tía abuela! —contestó Nialdry entusiasmada—. Se trata de unas infusiones muy especiales que preparamos mezclando azúcar con una gran variedad de ingredientes en polvo. Después, usando magia, les conferimos toda clase de formas para que, cuando se introduzcan en cualquier líquido, aparte de conferirle un intenso sabor, se libere de su interior un delicioso espectro abizcochado —explicó señalando los azucareros.
—Pero entonces, ¿es para comer…? —murmuré mirando con aprensión al adormilado gato que aguardaba, sobre mi taza, para ser devorado.
—Así es —confirmó mientras Mirdian se introducía tres en el pico.
—Creo que no puedo comerme algo tan adorable… —expuse incapaz de reservarle semejante final al pobre.
—A muchos Mainrog también les da reparo comérselos porque los consideran demasiado bonitos o graciosos, pero tan solo son hechizos, no están vivos de verdad —aclaró al ver como lo miraba—. Además, desaparecerán de igual modo en cuanto la infusión se acabe, así que deberíais probarlo.
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