La ciudad de los gatos
La bruja y el cucharón
Prólogo
Pese a la aclaración de Nialdry, seguí teniendo mis dudas sobre si darle un mordisco al desdichado gato, de modo que me limité a dar un par de sorbos a la taza para probar la infusión y me serví varias galletas y uno de esos apetitosos peces de hojaldre.
—¡Mmm, estas pastas están deliciosas! —exclamé incapaz de contenerme.
—¿De verdad os gustan? —preguntó ansiosa mientras clavaba inconscientemente las uñas en el borde del mantel.
—Por supuesto —indiqué dándole otro mordisco a la galleta—. Y la infusión está exquisita, ¿de qué es?
—De flores de Durdür —respondió entrelazando adorablemente sus patitas.
Era la primera vez que oía el nombre de aquella planta, pero, sin duda, tenía un sabor dulce y refrescante.
—¿Y vos no coméis nada? —dije al ver que todas estábamos comiendo menos ella.
—¡Sí, claro! —exclamó nerviosa sirviéndose un ejemplar de cada dulce en el plato—. Perdonadme, es que a veces me emociono tanto al ver probar mis elaboraciones que hasta me olvido de mí misma, ja, ja —explicó sirviéndose agua en la taza.
—¡¿Cómo demonios puedes olvidarte de probar estas suculentas delicias?! —preguntó Mirdian casi sepultada por las arañas.
Se había echado tantos azucarillos que ya solo se le veía el pico, el ala con el que seguía añadiendo terrones a la bañera y la coronilla.
—Mirdian, ¿no crees que deberías parar ya? —pregunté al ver que aquello se había convertido en una perturbadora colonia de arañas.
—¡Que va! ¡Si solo son bizcochos! —exclamó devorando un par de un solo picotazo.
—Déjala —indicó Eyra mirándola de reojo mientras daba un sorbo a su taza—, a ver si le sientan mal y así aprende a controlarse.
—¡JA! ¡Eso jamás sucederá y lo sabes! —exclamó lanzándole una de las arañas—. Tengo un estómago de hierro. De hecho, creo que podría beber lava y no me pasaría nada —alardeó mientras la guardiana enderezaba al pobre arácnido que había quedado patas arriba junto a su plato.
Agradecida por la ayuda, la araña asintió levemente y correteó por la mesa para regresar a la bañera.
—Eres incorregible… —dijo Eyra dejando escapar un gran suspiro.
—¡Gracias!
—No era un halago —matizó molesta.
—Para mí sí, ja, ja, ja.
—En fin —murmuró dejando la taza sobre la mesa—. Haré como que no he oído nada y os enseñaré la sorpresa que he preparado para aderezar esta pequeña reunión.
Y con un chasquido de dedos, hizo aparecer en el aire un precioso libro dorado. Tenía el lomo cubierto de huellas de gato y las refinadas letras de la portada desprendían una cálida luz anacarada.
—En honor a nuestros nuevos miembros —dijo sonriendo a Nialdry—, he elegido uno de los cuentos que hablan sobre su noble raza —explicó cogiendo el tomo entre sus patas.
Si hoy me hubiesen dicho que al despertarme conocería a un Mainrog en persona y escucharía una de sus maravillosas historias mientras me deleitaba con unos postres de ensueño, jamás me lo habría creído. Sin embargo, eso era precisamente lo que había sucedido. ¿Acaso podía tener más suerte?
—¡¿Cuál es?! —preguntó Nialdry poniéndose a ronronear como cuando se me subió encima.
Al ver lo emocionadas que estábamos por su inesperada sorpresa, Eyra se sonrió y, con un ligero movimiento, rompió el sello del libro.
—Se trata de La ciudad de los gatos —contestó abriendo el libro por la primera página.
Tan impaciente como Nialdry, la cual se había sentado sobre la mesa para poder escuchar mejor el cuento, acerqué la butaca a Eyra y cogí el pez de hojaldre que tenía en mi plato. Drip, que había permanecido descansando en el reposabrazos todo ese tiempo, se me subió al hombro y se acurrucó en mi pelo para oír también el relato.
—¿Estáis preparados? —preguntó recorriendo la mesa con la mirada.
—¡Mira que te gusta hacerte la interesante antes de empezar un cuento! —se quejó Mirdian apartando las arañas para poder vernos.
Harta de su afilada lengua, Eyra alzó una ceja y le llenó el pico de arañas para que se callara. Intentando contener la risa al ver como Mirdian se peleaba contra el ejército de bizcochos que ella misma había creado para poder replicarle, asentimos fervientemente.
—Bien, pues allá vamos —dijo al tiempo que la luz de los peces de fuego se volvía más tenue para ambientar el comedor—. Érase una vez…