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La llegada

Día 1 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

La ventisca había cubierto todo bajo un tupido manto blanco, hacía un frío insoportable y podía ver mi aliento flotando frente a mi sonrojada nariz.

      Tardé días en llegar a mi destino, pero, sin duda, el esfuerzo mereció la pena. Por fin, estaba en el legendario reino de Zoria, hogar de la mayor biblioteca de cuentos conocidos por el hombre y de su ancestral guardiana, Eyra.

      Avancé por sus heladas calles y subí la empinada cuesta hasta llegar a sus puertas. Se notaba que no había entrado nadie desde hacía muchos años. Sin embargo, el sello de la entrada había sido roto recientemente.

      Armándome de valor, tragué saliva y me abrí paso hasta el interior.

      Sin duda, era mucho más hermosa y grande que cualquier otra que hubiese visitado. Tanto, que ni poniéndome de puntillas pude alcanzar a ver el final. Las ornamentadas paredes, alumbradas por pequeñas llamas flotantes, estaban llenas de estanterías repletas de toda clase de libros sellados con el símbolo del reino. Había dos pisos diferentes y solo se podía llegar a ellos a través de las escaleras de hielo que había apoyadas sobre las doradas barandillas que custodiaban las librerías. Las bóvedas de los techos, decoradas con magníficos frescos, representaban escenas de los cuentos que allí se guardaban y, mirara donde mirara, encontraba estatuas por todas partes.

     Conmovida por tanta belleza y literatura reunidas en un mismo lugar, avancé silenciosamente por aquellas interminables salas y llegué al corazón de la biblioteca. Sin dudarlo, atravesé el pórtico de mármol que custodiaba la puerta y entré. Era una estancia enorme y circular con las paredes cubiertas de baldas llenas de tomos y coronada por una bellísima bóveda de cristal que permitía ver el cielo. En el centro, sentada ante un pequeño escritorio de madera y rodeada de libros, pliegos, plumas y toda clase de tintas, se encontraba Eyra escribiendo.

     Nunca antes habían descrito su aspecto, pero jamás me había imaginado a la guardiana de los cuentos así. Sin embargo, mi corazón no sintió decepción alguna, sino todo lo contrario. Esa enorme rata de pelaje blanco y ojos tan azules como el hielo sobre el que se levantaba su majestuoso reino, encajaba a la perfección en aquel mágico lugar.

     Estaba tan absorta desbordando su imaginación sobre aquella hoja, que no reparó en mi presencia hasta que me acerqué un poco más. Fue entonces cuando alzó su larga cola y detuvo súbitamente su pata.

     Introdujo con cuidado la pluma en el interior de la flor que llevaba sujeta a una de sus enormes orejas y sonrió.

     —Bienvenida. Os estaba esperando —dijo mientras se giraba hacia mí.

    No supe cómo, pero, de alguna forma, parecía conocer de antemano mis movimientos. Incluso parecía intuir lo mucho que deseaba descubrir las bellas historias que, con tanto esmero, custodiaba.

     Emocionada por mi llegada, se acercó hasta mí y cogió un pergamino enrollado que llevaba en el cinturón. Lo extendió de un rápido movimiento sobre sus patas y me lo mostró.

      En fila y con sumo lujo de detalles, había dibujadas sobre el ajado papel cinco extrañas llaves, cada una con una forma y color diferentes. Era evidente que estaban pintadas, pero por un segundo tuve la sensación de que, si acercaba mi mano, podía cogerlas.

      —Pasad vuestra mano por encima de las llaves y dejad que la biblioteca elija vuestro destino —y, siguiendo las instrucciones de la guardiana, así obré.

      Coloqué la mano sobre el pergamino y, lentamente, pasé los dedos cerca de las ilustraciones. Pero, para mí desgracia, no sucedió nada.

      Angustiada, pensé que no podría convertirme en uno de los preciados miembros de la biblioteca, pero, cuando mi mano llegó a la más tenebrosa de las llaves, se iluminó. Esta cobró vida ante mis ojos y emergió flotando hasta alcanzar mi mano. No obstante, apenas tuve tiempo de sentirla entre mis dedos. En cuanto su frío metal entró en contacto conmigo, la llave se congeló y estalló convirtiéndose en polvo de nieve. Sin embargo, lejos de precipitarse sobre el suelo, aquel frío halo se posó sobre mi muñeca y grabó la llave sobre mí piel como si de un tatuaje se tratara.

      —Hum, interesante elección… —murmuró alzando una ceja mientras guardaba el preciado pergamino—. Seguidme, os enseñaré el ala a la que perteneceréis de ahora en adelante —y, sin darme tiempo siquiera a preguntar a qué se refería con «ala», empezó a guiarme por la biblioteca.

      No recuerdo cuánto tiempo estuvimos andando ni por cuántos pasillos pasamos, pero, de repente, nos detuvimos frente a una sala cuya fachada era tan negra como la noche. La puerta era de hierro negro y estaba cubierta por cadenas llenas de grabados.

      —Adelante, acercad vuestra mano —me pidió señalando la puerta.

      Por un instante, dudé, pero, ante la curiosidad que me producía saber qué había al otro lado, hice lo que me pidió y aproximé la mano a la cerradura. Tras un leve chasquido, las cadenas se apartaron y la lúgubre puerta se abrió ante nuestros ojos.

      Sonriente, Eyra me hizo un leve gesto con la cabeza y me invitó a entrar. Yo no estaba muy segura de si debía hacerlo, pero si había llegado tan lejos, no podía detenerme ahora. De modo que dejé a un lado mi temor y, tomando una gran bocanada de aire, entré.

      Fue poner un pie en la inquietante sala y un oscuro fuego se dispersó por todas partes mostrando aquel lugar. Al contrario que las salas que habíamos recorrido, esa ala estaba cubierta de estanterías negras y los libros eran tan oscuros y tenebrosos como la propia noche. Hasta los sellos en forma de copo de nieve que mantenían sepultadas sus ajadas páginas parecían más perturbadores que el resto.

      El techo estaba completamente cubierto de telarañas, había un esqueleto de lo que parecía ser alguna clase de criatura alada colgando sobre nuestras cabezas y oscuros tapices decorando las frías paredes de piedra. En el centro, ocupando la mayor parte de la sala, había una mesa enorme cubierta de candelabros negros y pequeños atriles del mismo metal que el de la puerta donde colocar los cuentos.

      Sin embargo, nada de allí me asustó. Todo lo contrario. En cuanto entré, el miedo y la inquietud se desvanecieron y empecé a sentirme extrañamente bien. Como si, hasta ese momento, no hubiese sido capaz de encontrar mi lugar en el mundo.

      Al verme sonreír, Eyra pareció complacida. Me puso la pata sobre la espalda y, señalando con la otra la enorme estancia, me explicó que aquel sería, de ahora en adelante, mi nuevo hogar.

      Al principio, no entendí a qué se refería, pues allí solamente había libros. Antes de que pudiera pedirle que me lo explicara, se aproximó a una de las librerías, recorrió con el dedo varios ejemplares y, al alcanzar uno en concreto, sonrió y lo sacó. Cogió el colgante que llevaba alrededor del cuello y, rompiendo el sello, lo abrió ante mí.

      Ilusionada por descubrir qué clase de historia escondían aquellas páginas, me acerqué. Sin embargo, contra todo pronóstico, aquel viejo volumen estaba completamente en blanco.

      —Poned vuestra mano sobre la hoja —me pidió dibujando una extraña sonrisa.

      Pese a aquel inquietante gesto, accedí de inmediato a su petición y, en cuanto mi piel tocó el libro, una luz negra emergió de sus páginas y nos arrastró a su interior.

      Durante unos minutos, no supe que había pasado, pero, al abrir los ojos, vi a Eyra en mitad de la nada ofreciéndome su pata. Sin dudarlo, me aferré a ella y me puse en pie.

      —¿Dónde nos encontramos? —pregunté todavía algo desorientada.

    —Dentro del libro —contestó orgullosa, mostrándome aquella inmensidad blanca que no parecía tener fin—. En vuestra habitación —añadió.

      De nuevo, sus palabras parecían un enigma. No obstante, tan pronto como vio mi cara de desconcierto, cogió la pluma que siempre llevaba consigo y hundiendo la punta en uno de los tinteros negros de su cinturón, escribió en el aire la palabra «cama».

      Tras un pequeño silencio, la palabra empezó a gotear como si se estuviese derritiendo y se convirtió en una majestuosa cama con dosel y toda clase de adornos.

      Incapaz de creer lo que acababa de suceder, desee con cada fibra de mi ser que me permitiera usar su pluma.

      Como si hubiese sido capaz de leer mis pensamientos, antes de que me recuperase de aquella maravilla, Eyra volvió a hacer un trazo rápido en el aire y creó para mí una pluma con el mismo símbolo que tenía la llave de mi muñeca.

    —De ahora en adelante, esta será vuestra pluma. Con ella, podréis crear en este espacio cualquier cosa que se os ocurra —me dijo poniendo la pluma y un pequeño tintero entre mis manos—. Pero ya casi ha anochecido y seguramente estaréis agotada por el viaje, así que descansad. Ya terminaréis de crear mañana vuestros aposentos —indicó señalando el mullido colchón que había junto a ella.

      Como si al ver la cama me hubiese sobrevenido el cansancio, asentí y no dudé en tumbarme sobre ella.

     —Pero ¿cómo podré salir de aquí? —pregunté algo preocupada intentando mantener los ojos abiertos.

    —Tan solo tendréis que alzar vuestra mano hacia arriba y girar vuestra muñeca como si estuvierais abriendo una puerta. Entonces regresaréis a la biblioteca —me explicó haciendo ella misma el gesto.

      En cuanto supe que podía salir del libro en cualquier momento, me empezaron a pesar los párpados y, sin tan siquiera darme tiempo a despedirme de Eyra, se me cerraron los ojos.

floritura

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