La sala de hielo
Primera parte
Día 2 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Al cabo de unas horas, sentí una luz sobre mi rostro que me despertó. Legañosa, me cubrí la cara y busqué entreabriendo los ojos de donde procedía aquel molesto resplandor. Entonces vi que, flotando a mi derecha, alguien había creado una ventana.
Sorprendida, me puse en pie y me apoyé sobre los cristales. No era posible y, sin embargo, allí estaba, el majestuoso sol bañando con sus tibios rayos todo Zoria. Podía ver sus calles y casas a los pies de la biblioteca como si realmente estuviera en alguno de sus pasillos y no dentro del libro.
Somnolienta y emocionada, bostece y me di cuenta de que aquella ventana la debió colocar Eyra antes de irse para que tuviera noción del tiempo. Entonces cogí la pluma y como si de ello dependiera mi vida, comencé a diseñar mi cuarto.
Cuando el sol estaba a punto de ponerse y di por terminada aquella vorágine de creatividad en la que me había visto sumida, alcé mi brazo y girando mi muñeca como me había indicado Eyra, regresé a la biblioteca.
Algo perdida, caminé durante un rato por las diferentes salas hasta que me encontré de bruces con una inmensa puerta de madera. Engarzada en ella, como si de una joya se tratase, había una preciosa flor negra cuyas manchas resplandecían como si fueran pequeñas estrellas. Hipnotizada por su belleza, alcé la mano hacia ella y en cuanto mis dedos acariciaron uno de sus pétalos, una dulce melodía empezó a sonar y la puerta se abrió.
Como si sus notas hubiesen aliviado la pesada carga de mi corazón, cogí el pomo y entré. Allí había un enorme salón de hielo cuyo suelo, congelado, tenía grabado el símbolo del reino.
Las paredes estaban cubiertas de flores como la de la puerta, congeladas. Del techo colgaban cientos de carámbanos que reflejaban la luz de las crepitantes llamas azules que emergían de la gélida chimenea que se encontraba al fondo. Junto a ella, como una maravillosa obra de arte, surgía del suelo un precioso trono helado creado a partir de enormes copos de nieves.
Sentada sobre él, en silencio, se encontraba Eyra. Sujetaba entre sus patas una hermosa máscara de porcelana y miraba hacia la puerta como si llevara tiempo esperándome.
—Adelante, os estaba esperando —dijo rompiendo aquel sepulcral semblante para regalarme una sonrisa—. Tomad asiento —indicó haciéndome un gesto con la pata.
Pero por más que busqué, no encontré donde poder hacerlo.
En ese momento, Eyra chasqueó los dedos y avivó el fuego de la chimenea. De pronto, en el salón comenzó a nevar y el primer copo que se posó sobre mi cabeza se iluminó y, flotando hasta donde se encontraba la guardiana de los cuentos, se convirtió en una reconfortante butaca de hielo.
Todavía sorprendida, me senté y, sin poder evitarlo, clavé los ojos sobre la máscara que tenía en su regazo.
—¿Es vuestra? —pregunté intrigada.
—Me temo que no… —contestó con cierta nostalgia.
—¿Y de quién es? Parece bastante antigua —insistí sin poder apartar la vista de ella.
—Perteneció a alguien incapaz de encontrar el verdadero amor —dijo acariciando con dulzura la comisura de sus agrietados labios—. ¿Queréis que os cuente su historia? —me preguntó clavando de pronto sus penetrantes ojos sobre mí.
No sé si fue por su tono de voz o por la forma en la que acarició la máscara, pero en cuanto me hizo aquella pregunta, le supliqué que lo hiciese.
Volviendo a dibujar esa pícara sonrisa en su rostro, dejó flotando la máscara entre ambas y atrapó uno de los copos que estaban cayendo. Lo agrandó con la punta de los dedos e introduciendo su mano en él, sacó de su interior un viejo tomo azul oscuro. Cogió su colgante y de un rápido movimiento, rompió su sello.
—¿Estáis preparada? —preguntó abriendo el libro por la primera página.
Ansiosa, me acomodé en aquel frágil butacón y asentí.
—Érase una vez…—
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