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La sala de hielo

Segunda parte

Día 2 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —Fin— concluyó Eyra dejando caer la máscara que flotaba entre las dos.

      Sin dudarlo, abandoné la butaca y corrí hacia ella para cogerla antes de que chocara contra el suelo. Pero, cuando mis dedos rozaron la máscara, una de las flores de la pared estalló y el polvo de nieve tomo la forma de una enorme sierpe.

      Se alzó por encima del trono de Eyra y, cortando el aire, cogió la máscara entre sus fauces antes de que tocara el gélido suelo.

      Del susto, resbalé y caí de espaldas sobre el hielo. Magullada, me froté la cadera para intentar aliviar el dolor. Pero, al ver cómo aquella feroz bestia se enroscaba alrededor de Eyra, me levanté para intentar ayudarla.

      Era más que evidente que alguien como yo no podía hacer nada frente a una criatura así, pero no podía quedarme de brazos cruzados viendo como la devoraba.

      Alcé mi brazo hacia Eyra para liberarla, pero, antes de que pudiera acercarme, la guardiana empezó a rascar el mentón de la sierpe sonriendo.

      —Te he echado de menos, viejo amigo… —murmuró dulcemente mientras la fría silueta de hielo le devolvía la preciada máscara.

      Todavía con el susto en el cuerpo, bajé la mano temblando y observé con cierta envidia su entrañable reencuentro.

      —¿Él es…? —pregunté, ansiosa por saber si mis sospechas eran acertadas.

      —Así es. Es el criado de Durzan —contestó sonriente, deslizando su pata por las escamas.

      —Pero no puede ser… —mascullé confusa, incapaz de creer que estuviese allí frente a mí.

      Al ver mi cara de desconcierto, Eyra se echó a reír.

      —Obviamente, no es él de verdad, ja, ja. Es solo su esencia —me explicó tratando de recuperar el semblante.

      —¿Esencia? —dije abriendo todavía más los ojos.

      —Cuando escribo las historias del reino, sus protagonistas y todo lo que les rodea dejan su impronta sobre el papel y ese instante de sus vidas queda atrapado entre las páginas del libro. De ese modo, cada vez que alguien escucha o lee su cuento, puede revivir ese preciado instante y a sus maravillosos personajes —aclaró deslizando los dedos bajo los cuernos del criado.

      —¡Eso es increíble! —exclamé temblando de emoción.

      —En esta ocasión, ha decidido aparecer el fiel criado de Luria para echarme una mano con la máscara —señaló, complacida de que lo hubiese hecho—, pero no siempre es así. Los personajes de los cuentos tienen voluntad propia y, una vez roto el sello que los mantiene dormidos, se manifiestan a placer y solo frente a quien consideran dignos de ello —aclaró mirándome fijamente.

      No sé si fue por descubrir aquel increíble secreto o por el hecho de que la sierpe hubiese decidido mostrarse ante mí, pero estaba tan eufórica que, por un segundo, pensé que me iba a estallar el corazón.

      Al ver como me brillaban los ojos, Eyra se levantó y, sorteando ágilmente el frío cuerpo del criado, se detuvo a un palmo de mi sonrojado rostro.

      —Seguramente, estaréis ansiosa por conocer todos los secretos que alberga la biblioteca, pero he de advertiros que existen ciertas normas que habréis de respetar. De lo contrario, recibiréis un castigo —me advirtió muy seria clavando sus ojos sobre mí.

      —¿A qué clase de castigo os referís? ¿Me desterraréis del reino? —pregunté con angustia solo de pensar que podría expulsarme de la biblioteca.

      —Esa es una de las penas por quebrantar las normas. Pero creedme, hay condenas mucho peores que el destierro. Solo espero, por vuestro bien, que jamás tenga que explicaros con detenimiento cuáles son —contestó con frialdad, a la par que se ensombrecía su rostro.

      No era capaz de concebir qué podría haber peor que el destierro, pero, al escuchar su advertencia, me eché a temblar.

      Había muchas cosas que escapaban a mi comprensión, pero de algo estaba segura: Eyra adoraba y protegía los cuentos de la biblioteca como si fueran sus propios hijos. Si alguien intentara dañarlos o infringiese sus normas, no dudaría en usar todo su poder contra quien osara hacerlo. Y, si su magia era capaz de materializar los personajes de sus historias, no podía ni imaginar qué clase de final le depararía a quien intentara desafiarla.

      Al verme tan asustada, posó la pata sobre mi mano y me sonrió.

      —Si no quebrantáis las normas, no tenéis nada que temer —me aseguró intentando calmarme.

     —¿Y cuáles son? No quisiera tener que marcharme cuando apenas he empezado a escuchar vuestros maravillosos cuentos —dije de inmediato.

      Complacida por mi alago y mi determinación por cumplir sus normas, acarició suavemente el sello que colgaba de su cuello. Entonces, el frío metal se iluminó y tanto la sierpe como la máscara estallaron y el polvo de nieve volvió a transformarse en flores de hielo sobre la pared. Me pidió que la siguiera y salimos de la sala.

floritura

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