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Capítulo 6

Un inusitado descubrimiento

      Ignorando por completo la ofuscada lindeza de su prima, Marilca extendió la mano hacia Rea alzando una ceja.

      —¿Y bien? ¿Aceptáis? —preguntó arqueando todavía más las comisuras de sus labios.

      Todo, hasta el minúsculo brillo que tintineaba juguetonamente en sus pupilas, parecía indicar que estaba diciendo la verdad. Sin embargo, después de haberla visto incendiarse de los pies a la cabeza, no estaba dispuesta a dejar nada al azar. De modo que, entornando sutilmente los párpados, Rea utilizó su poder y sus ojos se tiñeron fugazmente de rosa desvelando la resplandeciente aura blanca que envolvía a la joven tabernera.

      Al percibir aquel efímero fulgor rosado, Marilca tragó saliva y contuvo el aliento. Su abuela le había hablado sobre los hadirs y su peculiar don cientos de veces, pero, jamás, ni en sus mejores sueños, habría imaginado que llegaría a ver uno en persona. De hecho, tras la gran persecución que sufrieron cincuenta años atrás, se les daba por extinguidos.

      —Aunque en verdad agradezco vuestra hospitalidad… —musitó con un hilo de voz recobrando la verdosa tonalidad de su iris—, no quisiera causaros más problemas…

      —¿Problemas? —repitió con incredulidad tratando de esconder la emoción que le había causado aquel inusitado descubrimiento—. ¿A qué os referís?

      —¡A mí, por supuesto! —indicó Endra golpeando la mesa con un caparazón de dorqui a medio deshuesar—. ¡¿O es que acaso piensas que voy a permitir semejante despilfarro de comida y techo sin rechistar?!

      Resoplando como si estuviera apagando una docena de velas, Marilca se volvió hacia su prima con el ceño fruncido.

      —Si no hubieras confundido a la pobre muchacha con un vulgar ladrón y hubieses estado a punto de trincharla como a un melagris, no me habría visto en la obligación de compensarla… —le recriminó haciendo que se le saltarán los colores—. Sin embargo, si tanto te preocupa que nos «arruinemos» por dar cobijo a esta escuálida e indefensa criatura durante unas cuantas semanas, seré yo la que corra a cargo de sus gastos. ¿Contenta?

      Desarmada del todo con aquella decisión, Endra hinchó los carrillos con resignación y recobró el cuchillo de la mesa de un tirón.

      —Sí… —murmuró a caballo entre la pizca de vergüenza que aún ruborizaba sus mejillas y la satisfacción de haber logrado salvaguardar el futuro económico de El Puente Dorado.

      —Bien, en tal caso —prosiguió Marilca invitando a Rea a salir de debajo de la mesa con un gesto—, ¿qué os parece si os muestro vuestros aposentos? De seguro debéis estar agotada…

      —E… eso sería maravilloso… —balbuceó todavía nerviosa, abandonado su improvisado escondrijo.

      —Aunque claro, tal vez deseéis daros un buen baño antes —apuntó rápidamente alzando ambas cejas.

      Seducida por la grata idea de deshacerse de dos semanas de barro y polvo en brazos de un gran barreño de agua limpia y caliente, Rea comenzó a morderse ansiosamente el labio inferior igual que si fuera una cría de sprunfi recién salida del cascarón.

      —¡Ja, ja, ja! Creo que primero será el baño —rio al ver aquel enternecedor gesto—. Adelante, seguidme —le pidió señalando la puerta por la que acababa de entrar hacía apenas unos minutos.

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