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Capítulo 5

Estallido

      Temerosa de acabar sin trenzas o, peor aún, socarrada como el culo de alguna de las cazuelas que había sobre las brasas, Rea se cubrió el rostro y se encogió igual que un pequeño sprunfi alimentado con sátivas.

      —¡Ala, ya has vuelto a estropearme el guiso! Estarás contenta, ¡¿no?! —gritó Endra ofuscada sin dar importancia alguna al vendaval de ardientes cenizas que la rodeaban furiosamente.

      —¡ME IMPORTAN UN BLEDO TUS ESTOFADOS, HE DICHO QUE APARTES EL CUCHILLO! —insistió al tiempo que su larga cabellera se transformaba en una indomable tormenta de llamaradas.

      Fulminándola con la mirada, Endra hinchó los carillos y se puso a gruñir como si fuera un animal salvaje arrinconado.

      —¡ENDRA, NO TE LO REPETIRÉ MÁS VECES! —la previno al ver que no hacía sino aferrarse con más fuerza al mango del cuchillo.

      —¡Por mí como si le prendes fuego a toda la cocina! —exclamó haciendo gestos hoscos con los brazos—. ¡No pienso soltarlo ni muerta!

      Harta de aquel comportamiento tan infantil, Marilca clavó su ardiente mirada sobre el cuchillo y este comenzó a quemar igual que si llevara horas en el fuego.

      —¡Ay, ay, ay! —gritó adolorida soltándolo por los aires.

      Tras dar un par de vueltas de campana cerca de las vigas del techo, el cuchillo descendió en picado y se clavó en la tabla de cortar a pocos centímetros del tembloroso rostro de Rea. Sobresaltada por el inesperado impacto, rodó por la mesa llevándose consigo los caparazones de dorqui, el pan y cuantos condimentos pudo encontrarse a su paso y se estrelló de bruces contra el suelo.

      —¡Auch! —gritó con ahogo mientras se precipitaban sobre su cabeza los restos del mar de ingredientes que había arrastrado consigo.

      Preocupada, Marilca recobró velozmente su aspecto humano y, echando una mirada displicente a Endra, la cual no hacía más que soplarse entre los dedos mientras sacudía la mano en el aire, se agachó junto a Rea para socorrerla.

      —¿Os encontráis bien? —preguntó pasando el brazo bajo su axila con la intención de ayudarla a reincorporarse.

      Sorprendida por el gesto, Rea se giró y, al ver que se trataba de la causante del voraz océano de ascuas, retrocedió bruscamente hacia el interior de la mesa golpeándose la nuca con una de las patas.

      —¡Os lo ruego, no me hagáis daño! —le suplicó con voz trémula alzando el brazo entre ambas—. ¡Os aseguro que no soy ninguna ladrona!

      —Eso es más que evidente… —afirmó mirando con desprecio a la cocinera por el rabillo del ojo—. Y aunque después de lo que ha sucedido, mi palabra no valdrá mucho para vos, os aseguro que no deseo infligiros más angustia o dolor que el que aquí, mi «queridísima» prima, os ha causado ya… —expuso con franqueza—. De hecho, pretendo precisamente todo lo contrario. En compensación por el mal rato que os hemos hecho pasar, vuestra estancia, sea por el tiempo que sea, así como las comidas, corren a cuenta de la casa —le ofreció con amabilidad esbozando una gran sonrisa.

      —¡¿ACASO TE HAS PASADO DE ROSCA Y TE HAS FUNDIDO TU PROPIO CEREBRO, MARILCA?! —espetó Endra dejando caer bruscamente al suelo las cazuelas repletas con el oscuro chapapote en el que se habían transformado los guisos gracias a las llamas—. ¡¿CÓMO DEMONIOS SE TE OCURRE OFRECER TAL LOCURA?! ¡¿ES QUE QUIERES QUE ACABEMOS MENDIGANDO POR LOS RINCONES COMO LA TÍA ABUELA MARFREJ CUANDO PERDIÓ EL OJO DE LA BRUJA?!

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