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Atseupa acol

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —Fin… —dije con voz temblorosa mientras volvía a restregar mis ojos una vez más.

      Sabía que recordar algunos de los momentos que pasó con Nuck entristecería a Mirdian, pero jamás imaginé que su cuento relatase sus últimos instantes de vida.

      Tratando de serenarme para no angustiar más a mi nueva amiga, aparté la vista de las páginas y la miré.

      —Lo siento mucho, Mirdian. Yo no sabía que…

      —¡Shhh, calla! —me chistó mientras se frotaba las puntas de las alas.

      Increíble, pero cierto. En vez de estar triste o siquiera conmovida por lo que acababa de rememorar, Mirdian estaba más emocionada que cuando encontramos sus semillas tras el espejo del comedor. Tenía las plumas hinchadas y no quitaba ojo al centro de la habitación.

      —¿Estás esperando a Nuck? —pregunté en voz baja tratando de no interferir demasiado en su ansiado reencuentro.

      —Así es… —contestó sonriéndose maliciosamente.

      —¿Y por qué tenemos que estar en silencio? —insistí con un hilo de voz.

      Algo molesta por mi curiosidad, Mirdian dejó escapar un suspiro y me miró de reojo.

      —Bueno, como has leído el cuento de Nuck, creo que te lo contaré… —murmuró dándose aires de misterio—. Desde que Nuck y yo volvimos a encontrarnos, hemos estado jugando a atseupa acol.

      —¿Atseupa acol?

      —Sí, es «apuesta loca» escrito al revés. Se trata de un estúpido juego que inventamos para matar el rato durante el viaje de regreso a su taller.

      —¿Y qué habéis apostado en esta ocasión? —pregunté intentando averiguar que esperaba con tanta emoción.

      —Como hasta hace tiempo solo podíamos vernos por mi cumpleaños, le reté a aparecer cada año de una forma diferente e insólita. Si logra sorprenderme o asustarme, tengo que traerle una planta a su elección. De lo contrario, debe darme semillas de Mirdrun hasta que el cuento vuelva a sellarse —explicó acariciando con la patita el saco que había dejado sobre mi regazo mientras le leía la historia.

      —Por lo que veo, das por hecho que no lo hará —comenté al ver lo segura que estaba de que iba a ganar.

      —Querida, llevamos jugando a esto más de trescientos años y todavía no ha logrado estremecerme ni una sola vez —arguyó alzando una ceja orgullosa de su temple—. Aunque he de reconocer que se esfuerza en intentarlo —añadió ladeando ligeramente la cabeza como si estuviera recordando las innumerables formas en las que se había presentado ya ante ella.

      De repente, antes de que pudiera preguntarle sobre alguna de esas veces, la habitación empezó a temblar y la tierra se levantó, frente a nosotras, destruyendo el suave manto de hierba. Entonces, una gigantesca planta con fauces emergió del suelo y empezó a chasquear su afilado pistilo rojo hacia nosotras.

      Jamás había visto antes esa clase de planta, pero, sin duda, debía tratarse de la Bulgia que aparecía en el taller de Nuck. Tras leer su descripción en el libro, la había imaginado bastante grande, pero no tanto como para alcanzar el techo y ser capaz de devorarnos de un solo bocado.

      En cuanto la descomunal planta sintió nuestro aroma, se relamió y empezó a arrastrarse hacia nosotras dejando tras de sí un surco de babas blancas. Asustada, cogí a Mirdian y corrí a escondernos detrás del tronco del árbol.

      No podíamos salir por la puerta porque la maldita Bulgia la bloqueaba con su cuerpo, así que me acerqué a uno de los ventanales e intenté abrirlo.

      —No te molestes. Esas ventanas las creó Eyra con su pluma, no pueden abrirse —me indicó Mirdian posando el ala sobre mi brazo para que desistiera.

      —¡¿Y qué hacemos?! —pregunté con el corazón a punto de salírseme del pecho.

      —Sellar el cuento, solo así desaparecerá —contestó muy seria señalando el libro que había dejado caer a los pies del árbol.

      No quería morir en las entrañas de aquella horrible planta, pero la Bulgia se había acercado tanto al tomo que ir a por él también ponía en riesgo mi vida. Si no era lo suficientemente rápida, seguramente acabaría herida o, peor aún, muerta.

      Al ver lo angustiada que estaba, Mirdian se alzó en el aire y voló como una flecha hacia el cuento. Esquivó las fauces de la Bulgia y, de un veloz movimiento, logró cogerlo entre sus patas. Por desgracia, cuando estaba a punto de regresar a mi lado, la planta clavó su pistilo tras ella. Desplegó su enorme pétalo alrededor para que no pudiera escapar y se dispuso a devorarla.

      Sin pensarlo dos veces, salí corriendo hacia ellas. Rodeé el grueso pétalo y, arrodillándome entre la Bulgia y Mirdian, la cogí entre mis brazos. La cubrí con mi cuerpo para protegerla y, al sentir el pestilente hedor que procedía de sus fauces al abrirlas tras nosotras, cerré con fuerza los ojos.

floritura

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