El cuento de Nuck
DĂa 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo NurgĂ«n
   TodavĂa temblando, me apoyĂ© sobre la pared para recobrar el aliento y la mirĂ© agradecida por haberme salvado.
   —¿Crees que nos han visto? —preguntĂ© echando un vistazo al pasaje por el que habĂamos venido.
   —¡Ja! ¡Ni de broma! Seguro que ni se han enterado de que estábamos allà —exclamó jactándose de su agilidad y sus reflejos.
   —Casi se me para el corazĂłn cuando nos has transformado… —murmurĂ©, todavĂa sorprendida, tratando de calmarme—. Por cierto, Âżsabes quiĂ©n era el encapuchado?
   —La verdad es que no he podido verle el rostro y, por lo poco que ha hablado, no reconozco la voz, asĂ que no puedo responderte —contestĂł con sinceridad—. Pero ya nos enteraremos. Ahora, sĂgueme, te llevarĂ© a la sala donde Eyra guarda la historia de Nuck —me pidiĂł emocionada haciĂ©ndome un gesto con el ala.
   Pese a que todavĂa tenĂa el susto en el cuerpo, la seguĂ y, en unos minutos, llegamos a una pequeña estancia con la puerta del mismo color que las plumas de Mirdian. Sin dudarlo, entramos y descubrĂ con sorpresa que allĂ no habĂa estanterĂa alguna, mesas, sillas o escaleras. En su lugar, en el centro y tan alto como dos pisos de la biblioteca, habĂa un enorme árbol tan frondoso y robusto como cualquiera de los que rodeaban el reino. Sus ramas se extendĂan por el techo hasta casi ocultarlo por completo y el suelo, cubierto por un tupido manto de hierba tan aterciopelada como la seda, parecĂa tan mullido y cĂłmodo como el colchĂłn de mi cama. No obstante, lo que llamĂł mi atenciĂłn fue su tronco. En el centro, como si alguien lo hubiese tallado delicadamente a mano, habĂa un pequeño hueco y, en su interior, un libro sellado. TenĂa dibujada sobre la cubierta una planta dorada y, de sus páginas, sobresalĂan toda clase de hierbas y hojas disecadas.
   Orgullosa del lugar donde descansaba el eco de Nuck, Mirdian se posó en una rama cercana al hueco y, extendiendo el ala para señalarlo, me invitó a cogerlo.
   Tan ansiosa por tenerlo en mis manos como nerviosa por estar a la altura de lo que Mirdian esperaba de mĂ, me acerquĂ© y, esquivando un montĂłn de cáscaras que habĂa junto a las raĂces, lo saquĂ© del tronco. Por suerte, podĂa abrir el sello sin problemas.
   —Siéntate, por favor —me pidió amablemente señalando un hueco junto al árbol.
   —Esta es tu habitación, ¿verdad? —pregunté mientras me acomodaba sobre la corteza.
   —¿No lo dirás por las cáscaras y el árbol? —preguntĂł con ironĂa posándose sobre mi regazo—. Porque serĂa muy maleducado por tu parte insinuar que tan solo alguien como yo vivirĂa aquĂ y se deleitarĂa con ese manjar de dioses —añadiĂł, aleccionándome con un ala.
   No sĂ© si dijo todo aquello para que me relajara o solo por hacerme reĂr, pero, sin duda, consiguiĂł ambas cosas.
   —Lo decĂa por las plumas que hay por todas partes y coinciden a la perfecciĂłn con las tuyas, pero sĂ, serĂa poco elegante por mi parte insinuar algo asà —contestĂ© con su mismo tono mientras rompĂa el sello con la llave de mi brazo.
   Le sorprendiĂł tanto que le respondiese y que, además, lo hiciera con su misma jocosidad que se echĂł a reĂr a carcajadas.
   —Ja, ja, ja, creo que tú y yo vamos a ser muy buenas amigas —aseguró con una sonrisa picarona, recuperándose del comentario.
   —Me alegra oĂrte decir eso —dije con algo de tristeza, clavando la mirada sobre el libro.
   Debido a las circunstancias, jamás habĂa podido tener un amigo. Y, aunque ahora mi suerte parecĂa haber cambiado, no podĂa dejar de pensar que, si descubrĂa la verdad sobre mĂ, me despreciarĂa y no querrĂa volver a verme.
   Con lo avispada que habĂa demostrado ser Mirdian, sobre todo, en lo que a venganzas se referĂa, no me cabĂa la menor duda de que se habĂa percatado del ligero temblor en mi voz. No obstante, no dijo ni preguntĂł nada. Simplemente apoyĂł su ala sobre mi mano y, acariciándola, me mirĂł con dulzura.
   Conmovida por su gesto y su inesperada discreción, se me empezó a emborronar la vista por las lágrimas, asà que antes de que me pusiera a llorar, abrà el cuento y tosà para aclarar la voz.
   —¿Lista para volver a verle? —preguntĂ© tratando de imitar el ceremonial tono que ponĂa siempre Eyra al leerme un cuento.
   —¡Más que nunca! —contestó emocionada, agitando entre las dos el pequeño saquito donde guardaba las semillas.
   —Pues comencemos. Érase una vez…
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