Reencuentro
Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Tras un breve silencio, que a mí me pareció casi una eternidad, sentí sobre mi temblorosa espalda el suave tacto de una mano.
—Creo que esta vez sí que te he sorprendido, ¿no crees?
Todavía asustada, abrí los ojos y me giré. Se trataba de un joven no más alto que yo, de cabello corto, castaño y con los ojos verde aceituna. Llevaba varias bolsas de cuero a cuestas y su ropa estaba vieja, rota y llena de tierra. Tenía una flamante sonrisa de oreja a oreja y estaba más hinchado que Mirdian cuando hablaba sobre sí misma.
En cuanto escuchó su voz, Mirdian empezó a revolverse entre mis manos como una loca y salió volando hacia él.
—¡SERÁS IDIOTA! —exclamó furiosa aleteándole el rostro como si no hubiera un mañana—. ¡¿ACASO TE HAS VUELTO LOCO?! ¡¿CÓMO SE TE OCURRE APARECER ASÍ, CON ESA MALDITA PLANTA?! ¡¿ACASO QUIERES MATARNOS?! —preguntó hecha un basilisco con el plumaje completamente negro.
—¡Claro que no! —contestó con rotundidad tratando de zafarse de sus aletazos—. Pero, por una vez, quería ser yo quien ganara la apuesta —confesó con sinceridad retrocediendo un par de pasos para alejarse de su iracunda amiga—. Además, te recuerdo que fuiste tú la que me pidió que me esmerara con el siguiente encuentro, y eso he hecho —añadió señalándola con el dedo.
Como si al hacer ese gesto le hubiese lanzado un rayo de hielo, Mirdian se detuvo en seco. Se posó frente a Nuck mientras sus plumas recobraban su suave tono marfil y se quedó en silencio.
—Es cierto, yo te lo pedí… —murmuró a regañadientes asumiendo su parte de culpa en aquella rocambolesca puesta en escena—. ¡Pero no debiste involucrar a Rorlin en todo esto! ¡Casi se muere de miedo pensando que iba a ser devorada por esa maldita planta! —se apresuró a puntualizar señalándome con un ala.
Sin dejar de frotarse la mejilla para intentar aliviar el escozor, Nuck clavó sus ojos sobre mí. Al ver lo pálida que estaba y que me había raspado las rodillas al intentar proteger a Mirdian, se le borró la sonrisa de un plumazo.
Como si de pronto algo le hubiese poseído, se arrodilló frente a mí y empezó a rebuscar fervientemente entre sus innumerables bolsas.
—Bulgi, encárgate de ella —le pidió con firmeza sin apartar la vista del interior de uno de los morrales.
Profiriendo un inquietante sonido, entre entrañable y aterrador, la gigantesca planta sacó el pistilo de la tierra. Con sumo cuidado, me cogió con su aterciopelado pétalo y me alzó en el aire dejando mis maltrechas rodillas frente a Nuck.
—¡¿Bulgi?! ¿En serio? ¿Les pones apelativos cariñosos a todas las criaturas que te atacan o solo a las que intentan comerse a tu mejor amiga? —preguntó Mirdian muy molesta volando hasta mi regazo para colocarse a la altura de los ojos del herborista.
—Le puse ese nombre cuando la atrapé, pero eso ahora no importa —puntualizó sacando de una de las bolsas un pequeño frasco de cristal con una especie de pelusa blanca dentro.
—¡¿Cómo que no importa?! —le recriminó aún más ofendida, hinchándose de pura rabia—. ¡Llevamos años sin vernos y, cuando por fin nos reencontramos, tratas con más cariño a esa asquerosa criatura que a mí!
—Basta, Mirdian, no es momento para uno de tus absurdos ataques de celos —dijo muy cortante a punto de quitar el corcho al bote.
—¡NO! ¡Claro que lo es! —farfulló con voz quebrada—. ¡Cómo quieres que me sienta si ni siquiera te has dignado a saludar…!
Pero antes de que pudiera terminar la frase, Nuck dejó de un golpe el frasco sobre la hierba y abrazó a Mirdian con todas sus fuerzas.
—Yo también te he echado mucho de menos… —le susurró al oído mientras la apretaba contra el pecho con sus temblorosas manos—. Me moría de ganas por volver a verte —confesó acariciando las plumitas de su cabeza—, pero tu amiga se ha herido por mi culpa y necesita que la ayude.
Al darse cuenta de que Nuck se sentía igual que ella, le devolvió el abrazo y se acurrucó sobre su pecho.
—Tienes razón —reconoció más calmada, asintiendo ligeramente con la cabeza—. Lo primero son las heridas de Rorlin —dijo mientras apartaba la lágrima que le había hecho derramar su dulce confesión.
Decidida a dejarle hacer su trabajo, se bajó de mi regazo y se colocó al lado, sobre el borde del pétalo.
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