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La Catagly

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —¿Te duele mucho? —preguntó posando con suavidad el ala sobre mi muslo.

      —No, no, tranquila —respondí de inmediato al ver lo preocupada que estaba por mí.

      —Si de verdad sentís dolor, no hay necesidad de mentir —interrumpió Nuck volviendo a coger el frasco entre sus manos.

      Sin previo aviso, Mirdian frunció el ceño y, volviendo a hincharse, le dio una colleja.

      —Ya sé que es mentira, no soy estúpida —indicó apoyando las alas sobre la cadera mientras Nuck se llevaba la mano a la cabeza—. Solo trataba de ser considerada conmigo, pero tú lo has estropeado todo —señaló molesta al ver que había arruinado el precioso momento entre ambas.

      —Perdón… —murmuró arrepentido mirando por el rabillo del ojo a Mirdian mientras, por fin, destapaba el bote—. Rorlin, ¿os dan miedo los bichos?

      —¿Bichos? ¿A qué clase de bichos os referís exactamente?

      —A este —contestó al tiempo que sacaba del interior del frasco la pomposa pelusa blanca.

      Con mucho cuidado, la cogió entre los dedos y la puso sobre la palma de su mano para mostrármela.

      Al contrario de lo que había pensado, no se trataba de alguna clase de hongo, sino de una pequeña hormiga peluda, del tamaño de una alubia. Tenía los ojos negros, el cuerpo cubierto por pelitos blancos y unas mandíbulas bastante afiladas.

      —¿Qué es…?

      —Una Catagly, una hormiga tejedora de los páramos de Firgänt —contestó con sumo orgullo acariciando dulcemente su afelpada cabecita.

      —¡Espera, espera, espera! ¡¿No pretenderás ponerle esa cosa, sin duda, fruto de una noche loca entre algún primo lejano de la señora Glíria y una hormiga, en las heridas, verdad?! —exclamó Mirdian con una mezcla de indignación y asco mirando como se abrían y cerraban las plateadas mandíbulas de la Catagly.

      —Pues eso es exactamente lo que…

      —¡NI HABLAR! ¡Por encima de mi cadáver! —exclamó aún más consternada volviendo a subirse sobre mí.

      Cruzó las alas ante Nuck y, poniendo los ojos rojos, le prohibió acercarse con aquella cosa a mis piernas. Alzando una ceja, el joven se sonrió y negó varias veces con la cabeza.

      —Sabes perfectamente que tus poderes ya no surten efecto alguno sobre mí —le recordó mirándola a los ojos—. Así que, por favor, hazte a un lado y déjame trabajar. ¿O no quieres que cure a Rorlin? —preguntó a sabiendas de lo que haría Mirdian al insinuarle semejante barbaridad.

      —¡Por supuesto que quiero! —contestó ofendida posando de nuevo las alas sobre las caderas—. ¡Eso ni se te ocurra dudarlo! —añadió señalándole furiosamente con el ala derecha—. Pero es que esa cosa… brrr, solo de verla me da repelús —arguyó erizando sus plumas al mirar por tercera vez la hormiga.

      Incapaz de soportar ni un segundo más la situación, cogí a Mirdian con cariño y, acariciándola sin parar, le pedía a Nuck que prosiguiese.

      —¡Pero ese bicho…!

      —Tranquila, seguro que no me hará daño. Además, es Nuck quien me está curando. ¿No confías en él?

      —Claro que confío —murmuró mirando como su amigo acercaba la Catagly a una de mis rodillas—. ¿¡Pero como demonios va a ayudarte ese bicho?! —gritó arañándose con desesperación la cara con las puntas de las alas.

      —Observa y calla —dijo Nuck dejando la hormiga sobre mis arañazos.

      En cuanto el pequeño insecto tocó mi piel y percibió el inconfundible olor a sangre, se le erizaron los pelos. Entonces, como si alguien le estuviese dando órdenes, se dirigió al extremo de uno de los rasguños y empezó a producir en las mandíbulas un espeso líquido plateado. Sin previo aviso, empezó a morderme una y otra vez creando diminutos agujeritos alrededor de los cortes.

      En cuanto Mirdian vio cómo me «atacaba», intentó zafarse de mis manos.

      —Ni se te ocurra moverte de donde estas —le advirtió Nuck fulminándola con la mirada.

      —¡Pero la está mordiendo!

      —¿Ves la sustancia gris que segrega? Es un anestésico muy potente que impide que Rorlin sienta dolor alguno cuando le atraviesa la piel. Así que cálmate y estate quietecita.

      —¡Pero…!

      —Si insistes, no te volveré a dar semillas nunca más —le advirtió muy serio alzando una ceja.

      Como si le hubiesen atravesado el corazón con una flecha, Mirdian se quedó helada con el pico abierto.

      —Tú… tú jamás harías eso… —balbuceó pensando que aquella horrible amenaza tan solo podía ser un farol.

      —Jamás bromeo sobre mi trabajo, ya deberías saberlo —le recordó mirándola a los ojos.

      Al darse cuenta de que no era una broma, le dio un vuelco el corazón y empezó a sentir sudores fríos por todo el cuerpo. Entonces, sin previo aviso y presa del pánico, se desmayó al mismo tiempo que la Catagly terminaba de agujerear mi piel.

floritura

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