Consecuencias
Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Al darse cuenta de lo que acababa de decir, Nuck se quedó petrificado y se puso más rojo que el pistilo de la Bulgia.
Tan sorprendida por sus palabras como por su entrañable reacción, me sonrojé y aparté la vista. Debido a la vida que había llevado, no estaba acostumbrada a recibir halagos y mucho menos tan tiernos como ese, de modo que me quedé completamente bloqueada.
Por suerte, antes de que la situación se volviera aún más incómoda para ambos, Eyra entró en la habitación. Al ver la gigantesca Bulgia sosteniéndome con su pétalo, a Nuck rojo como una ascua, mis piernas llenas de pelos de hormiga y a la pobre Mirdian inconsciente sobre mi regazo, alzó lentamente una de sus cejas y clavó los ojos sobre su emplumado cuerpo.
—Mirdian…
En cuanto escuchó la imperturbable voz de Eyra pronunciando su nombre, se despertó de sopetón. Enderezó la cabeza y, al verla plantada en la puerta fulminándola con la mirada, le empezó a temblar todo el cuerpo.
—¿Te importaría explicarme que ha sucedido aquí? —le pidió muy seria señalando el socavón que había dejado la Bulgia al surgir de la tierra—. ¿Por qué hay una enorme planta carnívora en mitad de tu cuarto? ¿Y por qué Rorlin tiene las piernas llenas de arañazos y las mejillas del pobre Nuck parecen estar a punto de entrar en erupción? —preguntó malhumorada erizando sus bigotes como nunca antes le había visto hacerlo.
Tan sorprendida como desconcertada por la última pregunta, Mirdian miró a Nuck y se le desencajó el pico al ver que tenía rojas hasta las orejas.
—¿Pero qué demonios…?
—¡MIRDIAN!
—Pu… pues verás, te vas a reír…
—Lo dudo mucho —la interrumpió con sequedad acercándose hacia nosotros—. Primero, encuentro el comedor hecho un desastre. Sin duda, obra tuya rebuscando entre la vajilla de la señora Glíria y ahora esto. He sido muy permisiva con tu absurda guerra con el ama de llaves, pero no pienso tolerar que pongas en peligro a los miembros de la biblioteca. Eso jamás. Así que o cambias de actitud y empiezas a respetar las normas o me veré obligada a expulsarte de aquí para siempre —le advirtió muy enfadada, alzando la pata para reprenderla.
—¡Pero yo no he puesto en peligro a Rorlin! —protestó alzando el vuelo.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué tiene las rodillas llenas de magulladuras?
—Ha sido por mi culpa —dijo de repente Nuck inclinándose ante Eyra—. Yo aparecí con la Bulgia para asustar a Mirdian, pero la situación se complicó y Rorlin acabó herida. De modo que, si alguien aquí merece ser castigado, ese soy yo —aclaró sin despegar la vista del suelo—. Haced lo que queráis conmigo, no me importa. Pero os lo ruego, no echéis a Mirdian de aquí —suplicó con voz temblorosa.
Los tres sabíamos que Nuck no era el único responsable de lo sucedido, sin embargo, quería tanto a Mirdian que estaba dispuesto a cargar con las culpas con tal de mantenerla a salvo entre los muros de la biblioteca.
Tan conmovida como yo por sus palabras, Eyra relajó el semblante y dejó escapar un leve suspiro.
—Levantaos —le pidió con amabilidad—. Nadie va a ser castigado —indicó haciendo que Mirdian respirara aliviada.
Estaba tan preocupada por lo que pensaba hacerle Eyra que había estado conteniendo el aliento todo ese tiempo.
—Pero, de ahora en adelante, jamás volváis a aparecer de esta forma, ¿entendido? —añadió muy seria señalándole con el dedo.
—De… desde luego que no. ¡Os lo prometo! —aseguró de inmediato volviendo a reverenciarla—. ¡Gracias!
—Creo que eso debería decirlo yo, ¿no? No me robes las frases —refunfuñó Mirdian posándose sobre el hombro de su amigo—. Gracias por no castigar a Nuck…, de verdad —dijo con sinceridad inclinando la cabeza ante Eyra.
Consternados por aquel arranque de humildad, Eyra y Nuck se miraron como si algo o alguien la hubiese poseído.
Por lo poco que la conocía, era bastante obvio que no asumía fácilmente sus errores, así que no me extrañó en absoluto su reacción. No obstante, era de esperar. Mirdian podía ser orgullosa, excesivamente franca y tozuda como una mula, pero era más que evidente que profesaba la misma devoción por Nuck que la que él había demostrado al asumir la culpa de lo sucedido.
—No hay de qué —murmuró Eyra tras recuperarse del inesperado agradecimiento—, pero si de verdad quieres agradecérmelo, podrías dejar de gastarle bromas a…
—¡JAMÁS! ¡Antes me corto las alas que dejar que esa bola de pelo con patas me robe las semillas impunemente! —exclamó sulfurada tornando nuevamente sus plumas negras.
—Ja, ja, ja, ya vuelve a ser ella misma —comentó Nuck rompiendo a reír.
—Menos mal, ya pensaba que tendría que exorcizarla —dijo Eyra entre risas, medio cubriéndose la boca.
—Ja, ja…, qué graciosos… —masculló con sarcasmo al darse cuenta de que le estaban tomando el pelo.
—Lo siento Mirdian, es que es demasiado divertido ver como se te tuerce el pico cada vez que hablas de Glíria —se disculpó Nuck tratando de serenarse.
—Claro, te burlas de mí porque sabes que ya no puedo convertirte en un asqueroso gusano al que perseguir durante horas —farfulló fulminándole con la mirada.
—Será mejor que te haga regresar antes de que le dé por usar las alas en vez del pico para atacarte —indicó Eyra al ver como se le estaban hinchando las plumas de pura rabia.
—¡NO, POR FAVOR! —gritó Mirdian desesperada posándose frente Eyra—. ¡No lo selles aún! Apenas hemos tenido tiempo para hablar y hace tantos años que no nos vemos… ¡Por favor, deja que se quede un poco más, solo un poco más! ¡Te lo ruego! Haré lo que me pidas —imploró con un hilo de voz entrelazando las plumas de las alas.
Incapaz de ver cómo tenían que separarse cuando apenas se habían reencontrado, salté del pétalo y me coloqué junto a Mirdian.
—¿Os parecería bien que Nuck se quedara un rato más fuera del libro si permanezco aquí con ellos? —pregunté mirando a Eyra a los ojos—. Os prometo que sellaré el cuento antes de marcharme.
Sorprendida por mi ofrecimiento, Eyra ladeó ligeramente la cabeza y se quedó observándome fijamente. Tras un breve silencio, chasqueó los dedos y el libro de Nuck salió volando por encima de nuestras cabezas. Dio una vuelta en el aire y con suma delicadeza, aterrizó sobre sus patas.
–¡Por favor, permitidles estar juntos un poco más! —exclamé al ver que, pese a mi propuesta, estaba dispuesta a separarlos.
—No insistáis más.
Abatida por su negativa, miré con tristeza a Mirdian y vi que estaba a punto de echarse a llorar. Aunque apenas hacía unas horas que nos conocíamos, no podía verla sufrir de esa manera.
Si bien sabía que corría el riesgo de enfurecer a Eyra, agarré con fuerza la falda del vestido y di un paso al frente dispuesta a volver a intentarlo. Sin embargo, antes de que pudiese despegar los labios, la guardiana volvió a chasquear los dedos. Las ajadas páginas del cuento se iluminaron y el tomo quedó flotando ante nosotras.
—Si os he pedido que no insistierais más, era porque ya me habíais convencido —dijo dejándonos a los tres boquiabiertos—. Pero sería una insensatez por mi parte obligaros a quedaros aquí escuchando alocadas anécdotas de dos viejos amigos que llevan casi cincuenta años sin verse. De modo que, para evitaros tal tortura, he encantado el libro para que podáis seguir explorando la biblioteca —explicó dibujando una sonrisa—. ¿Os parece bien? —preguntó mirándome con una mezcla de orgullo y satisfacción.
Todavía asombrada por el inesperado rumbo que había tomado la situación, asentí repetidas veces y le di las gracias por lo generosa que había sido.
Mirdian, que no cabía en sí de alegría, alzó el vuelo y estrechó a Eyra entre sus alas.
—¡Gracias, gracias, gracias! —dijo una y otra vez besando el peludo rostro de la guardiana.
—Podréis estar juntos hasta media noche, después Nuck regresará al cuento, ¿entendido? —aclaró con resignación intentando apartar a la Sirzan de su cara.
Sin dudarlo, Mirdian asintió como un soldado ante su superior y, tras darle un último achuchón, volvió junto a Nuck brillando como nunca antes la había visto.
Al verlos por fin juntos, Eyra y yo nos miramos y, sin mediar palabra, nos fuimos para dejarlos a solas.
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