El invitado
Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
En cuanto salimos al pasillo y Eyra cerró la puerta, me giré hacia ella y le pedí perdón por haber sido tan persistente.
—No tenéis por qué pedir disculpas. Al contrario, me enorgulleció que estuvierais dispuesta a sacrificar vuestro tiempo por alguien a quien apenas conocéis —confesó con agrado.
—Bueno, supongo que cualquiera habría hecho lo mismo…
—No os equivoquéis, Rorlin. No muchos se habrían ofrecido como lo habéis hecho vos hace un instante, y menos aún se habrían enfrentado a mí por un desconocido. De modo que no deberíais quitaros mérito.
Abrumada por sus palabras, bajé la mirada.
Obviamente, decía todas esas cosas porque no sabía nada acerca de mi pasado. Sin embargo, el hecho de que pensara que algo en mí era digno de halago me conmovió.
—En cuanto al comedor, la verdad es que… —dije tratando de cambiar de tema y aliviar mi conciencia al mismo tiempo.
—No es necesario que sigáis. Sé que estuvisteis allí con Mirdian «buscando» (si es que a destrozar la vajilla y los armarios se le puede llamar buscar) sus semillas. Os oí revolotear por encima de mi cabeza cuando entré —señaló con perspicacia dibujando una sonrisa.
—Lo siento mucho, no pretendíamos romper nada… —murmuré arrepentida por los daños que habíamos ocasionado.
—Tranquilizaos. Sé que vos seríais incapaz de romper nada. La única culpable de ese desastre es Mirdian —se apresuró a señalar para que no me sintiera mal—. Pero no le va a salir bien la jugada esta vez —añadió sonriendo maliciosamente.
—¿A qué os referís?
—Estoy más que segura de que, desde un principio, su plan era destrozar el mostrador como represalia por el robo de semillas, pero me he encargado de dejarlo todo como estaba antes de que la señora Glíria se percatara de lo sucedido. De modo que, en cuanto deje a Nuck y descubra que he dado al traste con su elaborado escarmiento, tendrá que pensar en otra forma de vengarse —me explicó satisfecha de haber truncado su diabólico plan—. Ya que nada parece aplacar el odio que se profesan, intento minimizar los daños que causan. Sobre todo, ahora que la biblioteca ha vuelto a abrir y seguirán llegando más miembros.
—¿Como el joven que ha venido hoy a visitaros? —pregunté tratando de averiguar quién era el misterioso encapuchado con el que nos cruzamos al salir del comedor.
—Hum… Veo que, además de valentía, no os falta agudeza e ingenio. Habéis formulado la pregunta siguiendo el hilo de la conversación, pero sin denotar excesiva curiosidad, aun cuando en el fondo parece que os morís por descubrir la identidad de nuestro invitado —dijo cogiéndose el mentón con la pata—. No dejáis de sorprenderme, Rorlin.
Normalmente, la gente a mi alrededor no era capaz de leer tan fácilmente mis intenciones, pero parecía que, para Eyra, mi mente era como un libro abierto. Nunca mejor dicho.
—Os agradezco vuestras palabras, pero me temo que no habéis contestado a mi pregunta —indiqué sin dejarme atrapar por sus persuasivos halagos.
Incapaz de contenerse, Eyra soltó una carcajada y puso su pata sobre mi hombro.
—En efecto, no lo he hecho —confesó negando ligeramente con la cabeza—. Quería averiguar hasta qué punto llegaban vuestras habilidades y me alegra saber que estáis a un nivel que no muchos poseen. Os felicito —añadió palmeando ligeramente mi brazo—. En cuanto a lo que me habéis preguntado —prosiguió al ver cómo crecía por momentos mi curiosidad—, se trata de un antiguo miembro de la biblioteca. Su nombre es Hedriel.
Sin saber muy bien por qué, al escuchar su nombre, se me aceleró el corazón y sentí un extraño hormigueo en la boca del estómago. No era miedo, más bien una mezcla entre ansiedad y emoción, como si formara parte de uno de los pocos recuerdos felices de mi infancia.
Tratando de que no se reflejara en mi rostro el torbellino de sensaciones que me había producido conocer la identidad de ese extraño, inspiré profundamente y traté de poner mi mejor sonrisa.
—¿Y quién es? ¿A qué ala pertenece?
—Me temo, Rorlin, que esa información no me corresponde a mí desvelarla. Si de algo puede alardear esta biblioteca y su humilde guardiana es de respetar la privacidad de sus miembros. Por supuesto, eso incluye también la forma que tiene la llave de su muñeca —aclaró con seriedad devolviéndome la mirada—. No obstante, tampoco os serviría de mucho conocer toda esa información, ya que aún no está claro que vaya a regresar —confesó con una mezcla de tristeza y preocupación.
—¿Regresar? Pero ¿no había venido para quedarse? —pregunté ciertamente consternada.
—Me temo que no —contestó con pesar—. Solo vino para que le pusiera al día sobre mi investigación. Pensé que, durante la reunión, podría persuadirle de que retomara su estancia, pero, por desgracia, en cuanto se lo he propuesto, se ha negado en rotundo. Además, aunque hubiese aceptado, se hubiese marchado de todos modos. Tenía asuntos importantes que atender en Borgäs dentro de unos días.
Al descubrir que tal vez Hedriel no regresaría jamás, se me hizo un nudo en la garganta. Era absurdo que me sintiera así por un completo desconocido, pero no más de lo que lo eran las cosas que me habían sucedido desde que llegué a la biblioteca. No obstante, esta rallaba la locura. ¿Cómo podía echar de menos a alguien al que no conocía? Sabía que esa extraña sensación no tenía ningún sentido, pero, por alguna razón que aún no alcanzaba a comprender, su decisión me hizo sentir tan triste que se me encogió el corazón.
Me sentó tan mal la noticia que no fui capaz de ocultar mis sentimientos y Eyra se dio cuenta. Sin vacilar, dio un paso al frente y colocó el dorso de su pata sobre mi frente.
—¿Os encontráis mal? —preguntó mientras trataba de averiguar si tenía fiebre—. Os habéis puesto pálida…
—No, no os preocupéis —contesté intentando no dejarme arrastrar por la tristeza—. Solo es cansancio…
—¿Estáis segura? —insistió preocupada mirándome a los ojos.
Estaba claro que era difícil engañar a Eyra, pero lo era aún más tratar de explicarle lo que me sucedía, de modo que, como parecía que no volvería a saber nada de Hedriel, decidí olvidar el asunto cuanto antes.
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