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Rudracer

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —Sí. Iré un rato a echarme y estaré completamente recuperada para la hora de cenar, os lo prometo —contesté tratando de quitarle importancia a mi estado.

      Sabía con seguridad que mi respuesta había sonado convincente, pero, aun así, Eyra siguió mirándome fijamente en silencio durante unos segundos más, como si supiera que le estaba mintiendo. No obstante, y para mi sorpresa, en vez de enfadarse o intentar averiguar la verdad, recuperó su afable sonrisa y cogió mi mano derecha entre sus patas.

      —Os tomo la palabra —dijo con un extraño brillo en los ojos—. Pero antes de que os marchéis a descansar, debo explicaros varias cosas —apuntó descubriendo mi muñeca.

      —¿A qué os referís?

      —Seguramente os sentisteis perdida al salir del ala, ¿cierto?

      —Sí… —confesé algo avergonzada.

      —Perdonadme.

      —¿Eh?

      —Debí estar junto a vos al despertar esta mañana para explicaros como podéis moveros por la biblioteca, pero debido a la precipitada llegada de Hedriel, no tuve ocasión de hacerlo. Así que, de nuevo, os pido que me disculpéis—explicó inclinando la cabeza ante mí.

      —Por favor, alzad la cabeza —le pedí de inmediato abrumada por su gesto—. No hay motivo para ello.

      —Sí que lo hay —señaló con seriedad—. El arquitecto que construyó la biblioteca dotó sus cimientos de una poderosa magia y, aunque la mayoría no es capaz de percibirlo, esta tiene vida propia. No solo es capaz de sentir a sus moradores, sino que, además, crea y destruye salas y pasajes según las circunstancias y necesidades. De modo que, pese a que su exterior está físicamente limitado por los muros de piedra, su interior puede llegar a ser tan infinito como el conocimiento que alberga. Nunca deja de crecer —explicó mirando a nuestro alrededor—. Obviamente, la biblioteca jamás pondría en peligro a ninguno de sus miembros durante sus modificaciones, pero es arriesgado vagar sin rumbo por sus innumerables pasillos. De hecho, hace varios siglos, se perdieron tres miembros del ala de aventuras durante una de sus expediciones y tardamos más de cuatro días en encontrarlos.

      Una parte de mí se emocionó al descubrir que el lugar que me rodeaba estaba vivo. Sin embargo, me preocupó tanto acabar como esos pobres desdichados que se me pusieron los pelos de punta y se me borró abruptamente la sonrisa.

      —Pero no os preocupéis —se apresuró a indicar al ver lo inquieta que me había dejado su historia—. Para evitar que algo así volviera a suceder, hechicé las llaves. Ahora, cuando un miembro acaricia su superficie y nombra un lugar de la biblioteca, esta le muestra el camino —me explicó sonriente tratando de calmar mis nervios—. Probad.

      Todavía algo intranquila, deslicé los dedos por encima del tatuaje.

      —Ala de terror.

      En cuanto pronuncié esas palabras, la llave se iluminó y surgió frente a mí una estela de llamas negras. Eran idénticas a las que alumbraban el ala, pero ahora se manifestaban para revelar el camino de regreso a ella.

      Con una mezcla de alivio y satisfacción, sonreí como una niña y miré a Eyra.

      Sabía que ese poder no me pertenecía a mí, sino a la llave que residía en el interior de mi brazo. No obstante, me hizo tanta ilusión lanzar ese sencillo hechizo, que la tristeza que se había apoderado de mi pecho por culpa de Hedriel, empezó a desvanecerse.

      —Ahora que ya sabéis como moveros sin temor a perderos —prosiguió entusiasmada por mi inesperado cambio de ánimo—, deberéis sellar vuestro libro. Sé que ahora mismo no hay nadie más aparte de vos en la biblioteca, pero pronto comenzarán a llegar más miembros y es aconsejable que protejáis vuestra intimidad.

      Como sospechaba, la visita de Hedriel, pese a no haber terminado como Eyra esperaba, marcaba el comienzo de una nueva era para la biblioteca.

      Una parte de mí se alegraba de lo que estaba por venir, pero, en el fondo, estaba aterrorizada. Cuantos más miembros llegaran, más fácil sería que alguno descubriese quién era realmente y lo que había hecho. De modo que si deseaba tener por fin una vida normal y hacer amigos como siempre había soñado, tenía que tomar precauciones. Sellar mi libro era el primer paso, pero, sin duda, no sería el único. Sicerd conocía mi pasado y, aunque no parecía tener intención de revelarlo, también debía hablar con ella cuanto antes.

      —¿Qué debo hacer? —pregunté rápidamente ansiosa por conocer la respuesta.

      —Llevar a cabo el Rudracer —contestó con tono ceremonial—. Se trata de un ancestral ritual versado en la sangre. Pero no temáis, no serán necesarias más que unas cuantas gotas —se apresuró a puntualizar antes de que me asustara.

      —¿Y cómo se realiza?

      —Tan solo deberéis extender el brazo frente a vuestro libro y pronunciar estas palabras: «Dero anca darans». En cuanto vuestro dedo pulgar sangre, dibujad un símbolo a vuestra elección sobre la cubierta del tomo y el ritual estará completado. A partir de ese instante, tan solo vos podréis abrirlo y entrar en él —explicó gesticulando con las patas.

      —¿Y si quisiera invitar a alguien a mi cuarto? —quise saber pese a que aún no había nadie.

      —Vuestro libro está ligado a vuestra mente, de modo que, si queréis consentir el paso a otro miembro, este lo permitirá mientras sea ese vuestro deseo —respondió sonriendo como si le agradara la idea de que quisiera hacer amigos.

      —Qué curioso… —dije en voz alta sin darme cuenta.

      —Por vuestro rostro, se diría que os complacen los misterios casi tanto como los cuentos —comentó al ver lo rojas que estaban mis mejillas—. Eso sí que es interesante… —añadió alzando juguetonamente una ceja.

      Avergonzada por haber expuesto una de mis facetas de forma tan imprudente, intenté decir algo para disimular. Pero antes de que pudiera despegar los labios, Eyra selló su boca con un dedo.

      —No os preocupéis, vuestro secreto está a salvo conmigo —me aseguró guiñándome un ojo—. Ahora, id a descansar. Os veré durante la cena —dijo señalando el camino de llamas que me aguardaba—. Si necesitáis cualquier cosa, no dudéis en avisarme. Estaré trabajando en mi estudio lo que resta de día. ¿De acuerdo?

      —Por supuesto… —dije todavía sorprendida por su discreción.

      —Bien, entonces, me marcho.

      En silencio, dio media vuelta y se dirigió al pasillo que había junto al cuarto de Mirdian.

      —Gracias.

      Eyra se detuvo y, sin girarse, inclinó ligeramente su cabeza. Después, alzó la pata para despedirse y prosiguió su camino.

floritura

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