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El secreto de los Érebos

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Más dolida por ignorarla que por la caída, entrecerró los ojos lo justo para que notase lo furiosa que estaba con ella y se sentó sobre mi mano profiriendo un adorable quejido.

      —¡Wig!

      Incapaz de resistirme a su dulzura ni un segundo más, la acerqué a mi regazo y empecé a hacerle mimos para que se le pasara el berrinche. Sabía que Astrea seguramente se disgustaría conmigo por acariciarla después de haberla regañado, pero después de ese pucherito, yo ya no era dueña de mis actos.

      Temiendo lo peor, mantuve los ojos clavados sobre Lýo, en silencio, rezando para no acabar catapultada hacia el techo o algo peor. Sin embargo, nada de eso sucedió. Al contrario, cuando alcé la vista, Astrea estaba sonriendo.

      —¡Maldita sea! Eres demasiado adorable como para guardarte rencor… —farfulló con rabia rindiéndose a sus encantos.

      Victoriosa, Lýo se sacudió y la muy pillina se puso patas arriba para que le rascase el abdomen.

      —Así es imposible negarse —añadí complaciendo con sumo gusto su caprichosa petición.

      En cuanto le hice un par de caricias, se puso a ronronear y se estiró como si fuera un gato.

      —Siempre te sales con la tuya, menuda cara tienes… —murmuró su dueña dejando escapar un leve suspiro.

      —Wigui wigui —arguyó orgullosa encogiéndose de patas.

      Aunque no supe que quiso decir con aquel sonidito, nos hizo tanta gracia su gesto que nos echamos a reír.

      Arropada por la calidez de nuestras risas, Lýo se acurrucó sobre mi mano y le hizo un gesto a Astrea para que continuase hablando. Asintiendo ligeramente con la cabeza, la joven se recompuso y se sentó en el telar para continuar la conversación.

      —Como os comenté antes, los Érebos son cuadros creados a partir de la mezcla de pintura y sangre mágica. No obstante, eso no es suficiente para imbuir poder al lienzo. Se necesitan las magistrales manos de un hijo de Arsien o estar en posesión de una espina de Sherjan —explicó con cierto aire de misterio—. Aunque por vuestro rostro, diría que tampoco sabéis de qué os hablo —comentó al ver como había arrugado la nariz al escuchar esos nombres.

      —No, lo cierto es que sí que he oído varias historias sobre los hijos de Arsien, pero siempre pensé que solamente se trataban de eso, de meros cuentos para asustar a los niños. Jamás pensé que seres así podían existir realmente —aclaré impactada por el inesperado descubrimiento.

      —Pues me complace informaros de que no son un mito. Los hijos de Arsien existen y, aunque desde hace siglos se mantienen alejados de nuestra realidad, siguen regalando al mundo sus hermosas creaciones.

      —Increíble —murmuré para mí misma mordiéndome ligeramente el borde del labio—. Entonces, ¡¿os pintó uno de ellos?!

      —¡Wig! —exclamó Lýo hinchándose como uno de los apetitosos bollos de la señora Glíria.

      —¡Por supuesto! Pero no por cualquiera de ellos. Tuvimos el gran honor de ser creadas por el gran maestro Frërdag —indicó señalando con orgullo la sutil rúbrica que había en la esquina inferior derecha del cuadro.

      —¿De qué me suena ese nombre? —mascullé tratando de recordar dónde lo había escuchado antes.

      —Frërdag aparece en muchas de las leyendas que corren sobre los hijos de Arsien, aunque seguramente lo conozcáis por la historia del Esjmal.

      Fue pronunciar el nombre de aquel siniestro cuento y se me puso el bello de punta. Había oído cientos de truculentas historias a lo largo de mi vida, pero ninguna me había hecho sentir tanto miedo como la de Narga y el Esjmal. Tan solo tenía seis años cuando Loryn me la contó, pero aún hoy en día, el solo hecho de escuchar cualquiera de aquellos nombres me producía escalofríos.

      —Eso quiere decir que el Esjmal es real… —balbuceé con ahogo tragando saliva.

      —Así es —confirmó borrando súbitamente su sonrisa—. Frërdag lo pintó para sanar el corazón de Narga, pero no fue suficiente y su rencor acabó arrastrándolos a ambos a su perdición —narró con una mezcla de tristeza y horror.

      Sofocada por el macabro descubrimiento, traté de asimilar todo lo que acaba de descubrir.

      —¡Pero no os angustiéis! —se apuró en apuntar al ver lo pálida que me había puesto—. Según Eyra, el Esjmal fue destruido hace siglos y su cuento está confinado en la cámara de Mirgdan. No hay nada que temer.

      Aunque sus palabras lograron mitigar de alguna forma mis miedos, no pude evitar tensarme al volver a saber sobre la misteriosa cámara de Mirgdan. No tenía ni la menor idea de dónde estaba, pero parecía que, en aquel lugar, estaban encerrados los cuentos más peligrosos que existían.

      Al sentir como aún temblaba, Lýo posó una de sus patitas sobre mi muñeca y me miró con ternura. Agradecida por su preocupación, le sonreí tratando de recobrar el buen humor.

      —¿E Irce? ¿Ella también fue pintada por un hijo de Arsien? —pregunté tratando de olvidar todo aquello que tuviera que ver con aquella historia.

      —Por desgracia, no. Ella fue pintada usando una espina de Sherjan —contestó con amargura.

      —¿Qué son?

      —Pues veréis, los Sherjan son unos peces extremadamente raros y bellos que pintan, con sus cuerpos, hermosos fondos en el agua. Por desgracia, su maravilloso don los convierte en un codiciado trofeo para los pintores. Moliendo sus escamas se consiguen las mejores pinturas que existen y, tallando sus espinas, cualquiera es capaz de pintar una obra maestra.

      —¿Y qué diferencia hay entre hacerlo de un modo u otro?

      —Realmente ninguna. La esencia de los Érebos reside en el poder que albergan, no en la forma en la que se les imbuyó su magia —respondió—. Lo único que difiere el cuadro de Irce del mío es la intención.

      —¿Intención? ¿A qué os referís? —pregunté volviendo a fruncir el ceño.

      —Cuando los Érebos son creados, se les asigna un fin, una intención acorde a los deseos de sus dueños —explicó—. Mientras que el retrato de Irce fue pintado para robar la belleza y la juventud de cualquiera que osara mirarlo, a Lýo y a mí nos crearon para contener su siniestra labor —puntualizó señalando a su entrañable compañera.

      —Ya veo… —murmuré volviendo a fijar la vista sobre la sepultada pintura de Irce—. Entonces, ¿qué sois?

      —Reflejos —contestó—. Al contrario que los ecos, nosotras lo único que compartimos con las verdaderas Lýo y Astrea es su cuerpo, nada más —concluyó señalándose a sí misma.

      —Ahora lo comprendo todo…

      En otras circunstancias, me habría emocionado al descubrir un misterio de tales proporciones. Sin embargo, saber que Lýo y Astrea estaban atrapadas en aquel cuadro en mitad de ese solitario pasillo con el único propósito de detener a Irce, me hizo sentir como si alguien me hubiese desgarrado el corazón desde dentro. Tal vez estuviera equivocada, pero, a mis ojos, toda aquella situación me parecía una siniestra broma del destino. Nacer solo por el capricho de alguien para cumplir sus retorcidos deseos, era, como mínimo, cruel.

floritura

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