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¿Cuántas horas más pensabas seguir durmiendo?

Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Al notar algo rozando mi cara, desperté. Abrí los ojos y vi a Mirdian sobre mi pecho, acariciando mis mejillas. Tras ella, asomándose por encima de su ala, se encontraba Drip, que me miraba con curiosidad.

      En cuanto me vio abrir los párpados, Mirdian frunció ligeramente el ceño y con un rápido movimiento, me cogió la cabeza entre las alas y empezó a estrujarme los mofletes.

      —¿Cuántas horas más pensabas seguir durmiendo? —preguntó con una mezcla de preocupación y enfado.

      —¿Eh? ¿Ya es hora de cenar? —murmuré posando mis manos sobre sus alas para que dejara de apachurrar mis mejillas.

      —¿Cenar? ¡Ja! Qué graciosa, más quisieras —espetó riendo mientras negaba con la cabeza.

      —¿Por qué dices eso? —dije algo molesta por su comentario.

      —Rorlin, la cena fue anoche —contestó mirándome fijamente—. Llevas casi un día durmiendo. De hecho, si llegas a despertarte un poco más tarde, ya habría vuelto a anochecer —indicó señalando mi ventana.

      Al seguir su ala y comprobar por mí misma que tenía razón, se me pasó la somnolencia de golpe. Me enderecé bruscamente y, tratando de comprender qué me había pasado, empecé a frotarme la sien con fuerza. ¿Llevaba un día durmiendo? ¿Cómo era eso posible? Estaba cansada, sí, pero no tanto como para dejarme arrastrar al reino de los sueños durante tanto tiempo.

      Al ver mi cara de desconcierto y preocupación, Mirdian, que había tenido que retroceder hacia mis muslos para no caerse, dejó escapar un leve suspiro.

      —Tranquilízate, es normal —murmuró sacándome de mi angustiosa espiral de pensamientos.

      —¿Normal? ¡¿Cómo va a ser normal?! —pregunté nerviosa apoyando las manos sobre mi cuello.

      —Bueno —indicó saltando hacia mis pies—, cualquiera que se hubiera cruzado con el cuadro de Irce estaría agotado —comentó con cierto pesar señalando las heridas que me había hecho su cabellera.

      —¿Cómo sabes qué…?

      —Es evidente. En la biblioteca solo existe un ser capaz de producir unas marcas así. Además, reconocería la telaraña de Lýo en cualquier parte —contestó pavoneándose de su agudeza—. Por cierto, ¿cómo están ella y Astrea? Hace siglos que no hablo con ellas.

      —Jamás hubiese imaginado que te gustaban las arañas… —comenté todavía consternada por su aparente amistad.

      —Bueno, «gustar» no sería precisamente el término que usaría para definir mi relación con ellas —murmuró pensativa rascándose debajo del pico—. Pocas han sido las veces que me he visto obligada a comerlas para sobrevivir, pero su sabor nunca ha sido de mi agrado. Son demasiado amargas y me da repelús el sonido que producen sus patas cuando las picoteo… ¡Puaj! —explicó erizando las plumas mientras profería una arcada—. De igual modo —indicó tratando de reponerse del asco que le había producido su solo recuerdo—, cuando hemos intercambiado los papeles, la experiencia tampoco ha sido grata para ninguna de las especies. De modo que jamás diría que me gustan. Al contrario, las detesto —recalcó con firmeza—. Me da grima cómo agitan sus mandíbulas ante sus presas y no soporto el viscoso tacto que tienen sus telarañas. ¿Sabes cuánto tardo en quitármelas cuando se me pegan entre las plumas? ¡Días! A veces, incluso semanas —comentó con frustración—. No obstante —continuó intentando serenarse—, siento un gran afecto hacia Lýo. Pero solo hacia ella —insistió.

      —Comprendo… —murmuré asintiendo mientras miraba de reojo a Drip.

      Era solamente un trozo de tela, pero parecía haberse quedado tan atónito como yo ante la concienzuda explicación de Mirdian.

      —Pero si te agrada tanto, ¿por qué no has sido a visitarla más a menudo? —pregunté al recordar lo solas que se sentían en aquel cuadro.

      —Lo he hecho, pero me temo que tan solo he podido admirarlas —contestó con tristeza.

      —¿Por qué?

      —Como ya seguramente sepas, esa maldita pécora solo ataca cuando se presenta ante ella una víctima joven y hermosa. Y puesto que la muy asquerosa no considera que ninguna de nosotras cumplamos dichas cualidades, no hemos podido hablar con ellas desde que Eyra cerró la biblioteca… —aclaró con abatimiento.

      Incapaz de verla de aquella manera, apoyé la mano sobre su hombro.

      —En tal caso, ¿te apetecería acompañarme la próxima vez que vaya a verlas? —dije con la esperanza de que mi oferta lograse animarla.

      —¿Próxima vez? ¡¿A caso te has vuelto loca?! —gritó ofuscada tirándose de las plumas de la cabeza.

      Era lógico que Mirdian pensara que lo estaba, nadie en su sano juicio regresaría voluntariamente a aquel maldito cruce. No obstante, le había hecho una promesa a Lýo y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de cumplirla. Obviamente, preferiría no tener que volver a pasar por semejante infierno para hacerlo, pero, como suele decirse, las cosas que realmente merecen la pena en esta vida son las más difíciles de conseguir.

      —¡Ni hablar! ¡Por encima de mi cadáver! —exclamó enfadada agarrándome por el brazo—. Antes me arranco una a una las plumas de la cola que permitir que vuelvas a ponerte en peligro —me advirtió muy seria mirándome a los ojos—. Por nuestra culpa y la de ese maldito cuadro, llevas las piernas cubiertas de asquerosos pelos de hormiga y telarañas, así que no pienso dejar que eso suceda de nuevo. No mientras me quede un ápice de sangre en las venas.

      Al ver lo tensa que se había puesto al descubrir mis intenciones, Drip se puso azul pálido. Retrocedió temblando como si temiera que fuera a pagar su enfado con él y se escondió tras el dosel de la cama.

      —Me parece bien.

      —¡Claro que te parece bien! Porque si no te… espera, ¡¿qué?! —dijo quedándose con el pico abierto.

      —Has dicho que no permitirás, bajo ningún concepto, que vuelvan a hacerme daño, ¿cierto?

      —Sí, eso he dicho, sí —confirmó aún confundida por mis palabras.

      —Pues si me acompañas la próxima vez que vaya a ver a Lýo y Astrea, podrás cumplir con tu palabra, ¿no? —le expliqué sonriendo maliciosamente—. Si estas a mi lado, estoy segura de que estaré completamente a salvo.

      Al darse cuenta de que le había dado la vuelta a su prohibitiva amenaza para utilizarla en mi provecho, su párpado se puso a temblar aún más rápido y empezó a apretar el pico. Drip, aterrado, se escondió bajo la cama y yo empecé a retroceder lentamente sin que se diera cuenta. Por un segundo, pareció estar a punto de estallar y reducir la habitación a cenizas. Mas, cuando estaba cerrando los ojos por temor a lo que iba a suceder, Mirdian me soltó y, cruzándose de alas, se sonrió.

      —Bien jugado… —reconoció erizando las plumitas de la cresta—. Pero —añadió antes de que empezara a celebrar mi victoria— la próxima vez no tendrás tanta suerte —me aseguró.

      Más que una promesa, aquello fue una amenaza. Sin embargo, poco me importó, pues había conseguido lo que quería y todos salíamos ganando. Bueno, todos menos el vanidoso orgullo de Mirdian, pero esa era una pérdida que podía permitirme, al menos, por esta vez.

floritura

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