Cita en el comedor
DĂa 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo NurgĂ«n
   Como no querĂa tentar a mi suerte, y mucho menos a la paciencia de Mirdian, sonreĂ sutilmente y asentĂ.
   —¡Argh, me estoy volviendo una blanda! —exclamó ofuscada consigo misma mientras se rascaba la frente con una de sus alas.
   —Eso no es malo —comenté sentándome sobre el borde del colchón—. Drip, ven, ya puedes salir —dije metiendo la mano bajo la cama para buscarle.
   En cuanto vio aparecer mis dedos, se aferró a ellos con fuerza y, temblando, me dejó que lo sacara de su improvisado escondite.
   —Tranquilo, todo está bien —le expliquĂ© con dulzura retirando de su tela el polvo con el que se habĂa ensuciado al introducirse bajo la cama con tanta premura.
   Agradecido por las caricias y mi ayuda, se puso rosa y empezĂł a frotarse contra mi mano. Fue en ese preciso momento cuando me empezĂł a entrar hambre. LĂłgico, por otra parte, pues llevaba casi un dĂa entero sin probar bocado.
   Tan pronto se dio cuenta de que algo me sucedĂa, Drip se puso naranja y saltĂł sobre la cama. CorriĂł junto a Mirdian y, agarrándose nerviosamente de su ala, empezĂł a hacer gestos hacia el techo muy apurado.
   —¡¿Pero qué narices te pasa a ti ahora?! —preguntó muy molesta zarandeando a Drip en el aire para que la soltase.
   No sé qué fue lo que le respondió exactamente, pero, en cuanto el trapo habló, Mirdian se detuvo bruscamente.
   —Tienes razón —admitió a regañadientes mientras el pobre sirviente, casi del color del vómito, intentaba recuperarse del inesperado «viaje» que le acababa de regalar—. La están esperando.
   —¿Esperando? ÂżQuiĂ©n? —preguntĂ© ansiosa olvidando por completo lo mucho que me rugĂa el estĂłmago.
   —Si te soy sincera, no tengo la más mĂnima idea —contestĂł encogiendo las alas—. Llevaba toda la mañana frente a la puerta de tu ala esperando a que salieras para darte las gracias por lo que hiciste ayer cuando ha aparecido Drip. VenĂa a despertarte para llevarte al comedor —aclarĂł señalando al trapo, que parecĂa encontrarse un poco mejor—. Como es lĂłgico, en cuanto me he enterado de que no estaba invitada a esa «misteriosa» cita, lo he interrogado a fondo para descubrir el motivo —narrĂł provocando que Drip volviera a estremecerse de arriba abajo—. Pero ha sido inĂştil. No sabe absolutamente nada y, para colmo, me ha tocado abanicarle con mis plumas durante más de diez minutos para que volviese en sĂ porque el muy miedoso se ha desmayado en cuanto lo he arrinconado contra la pared… —farfullĂł todavĂa molesta mirándole de reojo—. De modo que, si queremos averiguar quiĂ©n te ha convocado y ha osado ignorarme de esta forma, no nos queda más remedio que ir al comedor —indicĂł señalando hacia la salida del libro.
   —No deberĂas tratarle asĂ… —comentĂ© al descubrir lo mal que se habĂa portado con Drip—. De hecho, creo que deberĂas disculparte.
   Por más enfadada que estuviese con quien habĂa decidido excluirla, no debĂa pagarlo con el desdichado mensajero.
   Al oĂr como trataba de defenderle, Drip corriĂł hacia mĂ y se enroscĂł en mi regazo medio gimoteando. Seguro que Mirdian no le habĂa hecho daño, pero le asustĂł tanto que el pobre habĂa acabado desmayándose.
   Como si acabaran de arrancarle una pluma de la cola, Mirdian abrió el pico de asombro y le empezó a temblar el párpado de nuevo.
   —¡¿En serio?! ¡¿Ahora te haces la vĂctima?! —espetĂł enfurecida señalándolo con el ala—. ¡Pero si no te he tocado un solo hilo!
   Como yo pensaba, no le habĂa puesto el ala encima. Sin embargo, tras leer el cuento de Nuck, estaba meridianamente claro que no tenĂa necesidad alguna de ello. No solo podĂa transformarse, sino convertir a los demás en lo que quisiera. De modo que, si querĂa aterrorizar al pobre Drip para sonsacarle informaciĂłn, tan solo tenĂa que amenazarle con hacerlo y punto. ExtorsiĂłn al más puro estilo Sirzan.
   —Mirdian… —insistà con tono de reproche.
   —¡Pero si no le he hecho nada! —exclamó reafirmándose en su inocencia.
   —Ya lo sé.
   —¡¿Eh?! ¿Entonces por qué tengo que discu…?
   —Porque sĂ© que puedes ser muy «persuasiva» sin necesidad de usar la violencia —indiquĂ© muy seria—. TĂş mejor que nadie deberĂas saber cuánto daño pueden hacer las palabras y lo injusto que es que alguien abuse de su posiciĂłn para conseguir lo que desea. ÂżO acaso no recuerdas lo que Lydria le hizo a Nuck? ÂżQuieres ser un ser tan despreciable como ella? —preguntĂ© apelando a lo Ăşnico que podĂa hacerla entrar en razĂłn.
   Nada más escuchar salir aquellas palabras de mis labios, Mirdian bajĂł su ala lentamente y apartĂł la mirada, avergonzada de sĂ misma. Siempre habĂa conseguido lo que deseaba recurriendo a las amenazas, pero ahora que le habĂa hecho ver que se comportaba igual que la mujer que le habĂa arrebatado a su mejor amigo, los remordimientos por cada una de las «advertencias» que habĂan salido de su pico le encogieron el corazĂłn.
   AlicaĂda como nunca antes la habĂa visto, se acercĂł a nosotros y se inclinĂł ante Drip.
   —Siento mucho haberte asustado —se disculpĂł con voz trĂ©mula—. Te prometo que nunca volverĂ© a tratarse asĂ…
   Incapaz de creer lo que estaba viendo, Drip se restregó las esquinas en la tela y me miró como si quisiera confirmar que aquella inaudita disculpa era real y no mero fruto de su soñadora imaginación.
   —¿Qué dices, Drip? ¿La perdonas? —pregunté con dulzura ante la atónita actitud del trapo—. Se la ve realmente arrepentida.
   Al ver como temblaba el cuerpo de Mirdian ante Ă©l, Drip saliĂł de mi regazo y con sumo cuidado, levantĂł su cabeza para que le mirase. En cuanto vio los tintineantes ojos de la Sirzan, recuperĂł su color original y dejĂł escapar, lo que, sin duda alguna, fue un sĂ.
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