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Mesa para seis

Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Conmovida porque no le guardara rencor pese a todos los malos ratos que le había hecho pasar, Mirdian se conmovió y trató de ocultar la lagrimilla que estaba a punto de escapársele.

      —Pero esto no cambia nada, ¿eh? —advirtió al mismo tiempo que se frotaba bajo el párpado para deshacerse de aquella maldita gota—. Cuando quiera averiguar algo te lo preguntaré, aunque en la próxima ocasión apelaré a nuestra amistad en vez de a las amenazas.

      Pobre Drip. Cuando creía haberse librado del yugo de Mirdian, resultaba que simplemente había cambiado de armas con las que intimidarle. Antes, podría reprobarse su comportamiento, sin embargo, ahora, ¿quién podría regañarla por usar su entrañable relación para hacerle hablar?

      Aún más angustiado que cuando se cobijó en mi regazo, agachó la cabeza y se puso azul aguamarina. Tratando de animarle, palmeé cariñosamente su espalda.

      —Anímate, Drip. Podría ser peor —señalé al ver como Mirdian se frotaba las plumas de emoción por haber solventado el dilema moral de su arsenal de extorsión.

      Tras escucharla, me di cuenta de que mi pequeña victoria de antes tan solo había sido eso, pequeña. Aunque, visto lo visto, tal vez ni siquiera lo había sido. Conforme iba conociendo la meticulosa mente de Mirdian, más me daba la impresión de que se había dejado enredar a propósito sobre la visita a Lýo para que, si Eyra lo descubría, no pudiera responsabilizarla de nada. Si eso sucedía, tenía la esperanza de que la guardiana entendiese los motivos que me habían llevado a tomar semejante decisión. No obstante, y después de ver lo protectora que era con todos nosotros, también era plausible que acabara recibiendo una gran reprimenda por ponerme en peligro deliberadamente.

      En cualquier caso, no debía darle más vueltas al asunto, al menos no hasta que llegara el momento. Además, alguien aguardaba por mí en el comedor y me moría de ganas de averiguar de quién se trataba y con qué intención me había hecho llamar.

      Como me había quedado dormida nada más tumbarme sobre la cama, aún tenía el vestido puesto. No se había arrugado demasiado, pero tenía varias manchas de sangre, restos de telarañas y algo de polen por los bordes. Sin dudarlo, fui al armario y cogí otro de los maravillosos vestidos que había creado Glíria para mí.

      —¡Ey, desvergonzado! —exclamó abruptamente Mirdian al ver cómo miraba mientras me levantaba la falda para quitármelo—. ¡Da media vuelta ahora mismo o te deshilacho de arriba abajo!

      Sobrecogido por su amenaza, no solo se giró, sino que se escondió temblando bajo mi almohada.

      —No pasa nada —indiqué con voz calmada al ver lo alterada que se había puesto porque Drip estuviera mirándome.

      —Por más trapo que sea, nadie debería ver desnudo el cuerpo de una doncella sin su permiso —señaló dándose ella también la vuelta.

      —Con lo directa que eres, jamás hubiese imaginado que fueras tan pudorosa —dije medio sonriendo mientras me ponía el otro vestido.

      —¡Por supuesto que no lo soy! —exclamó indignada—. Pero respeto la intimidad de mis amigos y no me atribuyo según que ciertas concesiones.

      Ver para creer. Mirdian no dudaba en amenazar a cualquiera que le llevase la contraria con convertirlo en a saber qué, pero no se atrevía a mirar mi cuerpo sin mi permiso. Si ya pensaba que antes era singular, ahora ese término se me quedaba ciertamente corto.

      Sonriéndome, terminé de cambiarme y regresé con ellos. Metí la mano debajo de la almohada para sacar a Drip y en cuanto se agarró a ella, la apoyé sobre el dorso de Mirdian. Entonces, con un suave juego de muñeca, nos saqué del libro.

      En cuanto estuvimos en el ala, salimos y nos encaminamos con paso ligero hacia el comedor. Gracias a las indicaciones de Drip, que seguía adherido a mi mano como si de una lapa se tratase, llegamos en un abrir de ojos. Mas, cuando abrimos la puerta con sigilo para ver quién me había llamado, nos encontramos la enorme sala vacía.

      —¡Pero qué demonios! —farfulló Mirdian molesta abriendo del todo la puerta de un puntapié con la pata— ¡Si aquí no hay nadie!

    —Tranquilízate —indiqué antes de que siguiese pagando su frustración con el resto del mobiliario—. Seguro que vendrá alguien en seguida.

      —¿Cómo estás tan segura? —preguntó con incredulidad cruzándose de alas.

      —Por eso —contesté señalando hacia el centro del comedor, donde alguien se había tomado la molestia de preparar una mesa para seis comensales.

      Frente a la silla de cada uno de los invitados, había un singular plato con forma de pata de gato. Sobre este, descansaba una taza con adorables orejas de minino y el asa en forma de cola. Al lado, yacía muy bien doblada, una servilleta con una luna violeta bordada y toda clase de cubiertos de plata cuyo extremo se asemejaba también a la cabeza de un felino. Presidiendo tan singular mesa, había una enorme tetera casi del tamaño de Mirdian. Su tapa tenía aspecto de cabeza de gato y poseía el mismo tipo de asa que las tazas. En frente, había cuatro azucareros de cristal con la forma de un ovillo de lana partido por la mitad y varias pinzas con forma de garra. En cuanto al resto del mantel, estaba plagado de platos y bandejas que la señora Glíria habitualmente guardaba en los armarios del mostrador.

      Pensando que tal vez podría comer algo en compensación por no haber sido invitada a tan pomposo evento, Mirdian voló hasta la mesa como una flecha. Por desgracia, allí no había absolutamente nada, ni tan siquiera una mísera migaja que llevarse al pico. Aún más enfadada que antes, cogió una de las tazas y la alzó por encima de su cabeza. Mas, cuando estaba a punto de soltarla para estrellarla contra el suelo, se fijó en la forma que tenía el asa y se detuvo bruscamente.

floritura

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