Sueño cumplido
DĂa 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo NurgĂ«n
   —Yo que tĂş no harĂa eso, Mirdian—advirtiĂł Eyra apareciendo de repente.
   Sobresaltada, me girĂ© y la vi parada bajo el cincel de la puerta con el gesto muy serio y una ceja alzada. En cualquier otra situaciĂłn, no habrĂa sido capaz de quitarle los ojos de encima. Sin embargo, y pese a lo molesta que parecĂa por la actitud de Mirdian, su singular acompañante robĂł por completo toda mi atenciĂłn.
   Desde que era una niña, habĂa oĂdo docenas de historias sobre los Mainrog, pero jamás, ni en mis mejores sueños, habrĂa imaginado que llegarĂa el dĂa en el que podrĂa ver uno con mis propios ojos. No obstante, allĂ habĂa una, medio escondida tras la falda de Eyra, con sus hermosos ojos violáceos clavados sobre el suelo mientras se agarraba con timidez la cola entre las patas. MedĂa algo menos de un metro de alto y su pelaje tricolor parecĂa aĂşn más suave y afelpado que el de la señora GlĂria. Llevaba puesta una sencilla camisola de hilo blanco que dejaba entrever sus mullidas patas, un corpiño morado cubierto de estrellas y una falda larga del mismo tono adornada con un hermoso cielo nocturno. Además, sobre su oreja derecha, portaba un brillante pendiente con forma de espina de pescado. A simple vista no parecĂa una joya de mucho valor, pero reflejaba la luz de los peces de fuego de una forma tan hipnĂłtica que era casi imposible dejar de mirarla.
   Al sentir mi presencia, la joven Mainrog alzó la vista y, en cuanto me vio, se le abrieron los ojos como platos.
   —¡¿Es una humana?! —preguntó temblando de emoción mientras tiraba del vestido Eyra para que contestara cuanto antes.
   —Asà es —dijo complacida por su entrañable reacción—. Su nombre es Rorlin y, al igual que tú, es nueva en la biblioteca.
   ¿Humana? ÂżDe verdad lo era? Ciertamente, habĂa nacido como tal y poseĂa su aspecto, pero ÂżdespuĂ©s de aquella fatĂdica noche en Dulcrens, aĂşn podrĂa decirse que seguĂa siĂ©ndolo? Era incuestionable que, para cualquiera que me mirase, era simplemente eso, una humana. Pero, desde que «desperté», jamás he podido volver a sentirme como tal.
   Por un segundo, sentĂ el irrefrenable impulso de corregir a Eyra. Sin embargo, ahoguĂ© aquella peligrosa compulsiĂłn de inmediato. No me gustaba mentir, de hecho, lo odiaba. Pero ÂżquĂ© otra cosa podĂa hacer? Si descubrĂan lo que en realidad era, me expulsarĂan de la biblioteca y ese era, por desgracia, un lujo que ya no podĂa permitirme.
   Entusiasmada por la confirmaciĂłn de sus sospechas, la Mainrog contuvo el aire y se estremeciĂł. Se le erizĂł el pelaje desde las orejas hasta la punta de la cola y le empezaron a brillar los ojos. Temblando, se cubriĂł el hocico con las patas y se echĂł a reĂr nerviosamente mientras empezaba a flexionar las patas como si fuese a echarse a saltar de alegrĂa de un momento a otro.
   —No… no me lo puedo creer… —murmurĂł para sĂ misma—. De verdad sois una humana… Jamás creĂ que llegarĂa a ver una.
   Al ver lo ilusionada que estaba por conocerme, olvidé por completo todas las preocupaciones que me estaban atormentando y sonreà aún más que ella.
   DesconocĂa cuál era exactamente el motivo, pero era sabido por todos que los Mainrog odiaban a los humanos a muerte. De hecho, la mayorĂa de la gente solo los conocĂan por las macabras historias que contaban sobre lo que les hacĂan a aquellos incautos que trataban de adentrarse en su ciudad. De modo que conocer, por fin, a uno y descubrir que no solo no parecĂa detestarme, sino que se morĂa de ganas por saber más de mĂ, superĂł con creces todas mis expectativas.
   En cuanto vio mi reacciĂłn, se separĂł abruptamente de Eyra y se colocĂł a menos de un metro de mĂ. AgachĂł las orejas y cogiendo delicadamente el borde del vestido con las patas, hizo una gran reverencia ante mĂ.
   —¡Es un autĂ©ntico placer conoceros, Rorlin! —confesĂł aĂşn más nerviosa que antes mientras se enderezaba—. Mi nombre es Nialdry —se presentĂł alzando su pequeña y peluda patita hacia mĂ— y soy…
   —Una Mainrog —la interrumpĂ sonriĂ©ndole—. Pero el placer es, sin duda, mĂo —indiquĂ© emocionada estirando la mano que tenĂa libre hacia su pata para estrechársela.
   —¿Cómo sabéis…? —balbuceó mirándome aún más sorprendida.
   —Debido a que la admiraciĂłn que profeso por vuestra noble raza es equiparable al odio que siente la vuestra hacia la mĂa, os he reconocido de inmediato—expliquĂ© tratando de demostrarle lo mucho que les apreciaba.
   —¡¿Ad…admiración?! —farfulló consternada mirando a Eyra de reojo.
   —AsĂ es —insistĂ—. SĂ© que puede resultar extraño y tal vez no os agrade escucharlo por ser lo que soy, pero desde que supe que existĂais, uno de mis mayores sueños ha sido siempre llegar a conocer a alguno de los vuestros —reconocĂ algo avergonzada pasando un mechĂłn de pelo tras mi oreja.
   Abrumada por mĂ confesiĂłn, Nialdry se cubriĂł de nuevo el hocico con las patas y se puso a murmurar. No entendĂa nada de lo que decĂa, pero parecĂa que estaba teniendo un arduo debate consigo misma.
   —¿He dicho algo que os importunara? —preguntĂ© preocupada al ver que parecĂa estar a punto de ponerse a llorar—. Si es asĂ, os ruego que me perdonĂ©is. No era mi intenciĂłn en absoluto.
   Como si en vez de hacerle una pregunta, le hubiese dado un susto, la joven Mainrog hipĂł y detuvo abruptamente su verborrea. TodavĂa más ansiosa, volviĂł a agarrarse la cola y echĂł la vista atrás. No estaba segura del todo, pero, por su extraño comportamiento, parecĂa buscar con desesperaciĂłn el permiso de Eyra.
   —Creo que, dadas las circunstancias —indicó al tiempo que me señalaba—, no habrá ningún problema.
   ¿Problema? ÂżA quĂ© problema se referĂa? ÂżY quĂ© tenĂa que ver conmigo? Sin embargo, antes de que pudiera intentar hallar respuesta a la inesperada avalancha de dudas que me habĂa provocado Eyra, Nialdry volviĂł la vista al frente y, con los bigotes erizados como agujas, se abalanzĂł sobre mĂ y acabamos las dos en el suelo.
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