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La curiosidad matĂł al gato

Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Todavía sorprendida por la caída, me enderecé y encontré a Nialdry a un palmo de mi rostro sonriéndome. Tenía las pupilas dilatadas como si la hubiesen drogado y se agarraba compulsivamente a las costuras de mi vestido con las uñas mientras ronroneaba.

      —¡Oh, por Tesba! ¡Tengo tantas preguntas que haceros que no sé por dónde empezar! —exclamó rascándose compulsivamente el mentón—. ¡Ah, ya sé! ¿Es cierto que los humanos siempre usan esas cosas que llaman «zapatos»? —preguntó agitada señalando al mismo tiempo sus patas traseras —. ¡Argh! Pero que tonta soy, esa pregunta no es relevante ahora —se reprendió golpeándose ligeramente la frente con la almohadilla de la pata—. ¡Debería haceros preguntas más importantes! Como, por ejemplo, si tal y como dice mi tía abuela, sois capaces de vivir casi hasta los cien años —dijo agitando su cola.

      Atolondrada por su implacable sed de respuestas, abrí la boca dispuesta a contestar. Mas, cuando estaba a punto de hacerlo, puso los ojos en blanco y volvió a golpearse la cabeza.

      —¡¿Nialdry, pero en qué demonios estás pensando?! ¡Eso da igual! —farfulló enfadada consigo misma arañándose las mejillas—. Piensa, piensa… ¡Ah, ya sé! ¿A qué ala pertenecéis? —preguntó ansiosa cogiéndome de la muñeca—. ¡Oh, terror, qué maravilla! ¡Seguro que es el ala más siniestra de la biblioteca! —señaló sumamente intrigada—. ¡Ay, por los bigotes de Tesba! Me juego la cola a que las estanterías están plagadas de criaturas de las sombras. Las del ala de fantasía están repletas de Murtrazs y esos pajarillos de colores tan monos que no paran de revolotear por todas partes… Ains, ¿cómo se llamaban? —murmuró chasqueando las uñas mientras Eyra, incapaz de verla sufrir por su olvido, dio un paso al frente para decírselo.

      —¡PIRLMINS! —gritó sobresaltándonos a todos y dejando a Eyra con la palabra en la boca—. ¡Eso era! ¡Uf! Casi se me olvida y eso que se han pasado media noche haciendo nido cerca de mi tomo, ja, ja, ja —explicó moviendo las patas para recrear el intrincado entramado—. ¡Oh, pero contadme! ¿Cómo habéis decorado vuestros aposentos? ¿Qué forma tiene la pluma que os entregó Eyra? ¿Colocó también una ventana para que pudiera entrar la luz del sol? ¡Ah! ¿Habéis probado las deliciosas tartas de la señora Glíria? ¿Cuál es vuestra favorita? A mí me gustan todas, pero he de reconocer que esa que hace con cítricos y miel me pone los bigotes de punta, ja, ja, ja.

      A punto de estallarme la cabeza por aquella vorágine de preguntas que parecía no tener fin, intenté encontrar alguna forma de interrumpirla. Pero, cada vez que algo parecido a un sonido emergía de mi boca, dos preguntas más sepultaban mi voz dando al traste con mi plan.

      Al ver lo desesperada que estaba, Mirdian, que parecía estar aún más irritada que antes, dejó con brusquedad la taza donde estaba y voló hacia nosotras como un torbellino.

      —¡YA BASTA! —exclamó enfadada sellando los labios de la pequeña gata con ambas alas para que se callara —. ¡¿Pero qué narices le pasa?! ¡¿Qué se ha tomado?! —le preguntó a Eyra, que aún estaba tan sorprendida como yo por lo extrovertida que había resultado ser Nialdry después de mostrarse tan tímida al principio.

      —Mo me momamo mama —farfulló pese al improvisado bozal que ahora tenía.

      —Ains… —suspirĂł Mirdian tratando de calmarse—. A ver, Âża ti nadie te ha dicho nunca que la curiosidad matĂł al gato?

      —Mo —contestó poniendo cara de no haber escuchado jamás aquella expresión—. Memo, ¿me mimmimima?

      Aún más exasperada por no entenderla que porque siguiese preguntando, apartó las alas.

      —¿Qué has dicho? —preguntó molesta volviendo a temblarle el párpado.

      —He preguntado qué significa —indicó con templanza como si se hubiera calmado.

      —Si me cuentan esto, no me lo creo… —murmuró Mirdian incapaz de creer que tuviera que explicarle algo así a un gato—. Pues verás, esta expresión se utiliza cua…

      —¡AHHH! ¡No puede ser! —gritó de repente dejando a la pobre Mirdian al borde del infarto —. ¡Eres una Sirzan! ¡No me lo puedo creer! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?! —se preguntó así misma cubriéndose el hocico de emoción.

      Por un segundo, Mirdian pareció dispuesta a matarla allí mismo por el susto que le había dado. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que parecía admirarla casi tanto como a los humanos, dejó a un lado sus instintos homicidas y se azuzó las plumas dispuesta a que siguiera regalándole los oídos.

      —Así es —confirmó mientras se giraba para poder presumir de su maravillosa cola.

      —¡Oh, mirad que plumas tan largas y hermosas! ¡Brillan como si la luz de la luna se reflejara sobre ellas! —señaló eufórica acariciando con suavidad el extremo de una de ellas—. ¿Es cierto que con ellas y vuestra sangre es posible alcanzar la eterna juventud? —preguntó ansiosa por descubrir si las leyendas eran ciertas.

      —Pues…

      —¡Oh! ¿Y es verdad que podéis cambiar vuestro aspecto? Encontré algunos libros que hablaban sobre vuestra especie, pero ninguno hacía mención de dicho poder.

      —En cuanto a es…

      —Aunque claro, si ese fuera el caso, ¿cómo han podido cazaros hasta llevaros al borde de la extinción? —dijo como si se lo preguntase a sí misma en vez de a Mirdian—. Hum, sin duda debe tener algún tipo de restricción temporal, o tal vez no todos poseáis dicha facultad… —murmuró pensativa agarrándose del mentón—. Sea como sea, me alegro de que hayáis sido capaz de sobrevivir durante tanto tiempo —confesó tomando a la Sirzan de las alas—. ¿Cómo lo lograsteis? ¿En qué lugares os habéis refugiado? ¡Uf! Seguro que han sido tantos y tan diferentes que tendréis docenas de anécdotas para contar, ¿cierto? —señaló aún más eufórica todavía—. ¡Oh, oh! ¿Y os ayudó algu…?

      Pero antes de que concluyera esa última pregunta, Mirdian agitó sus plumas y convirtió a Nialdry en una especie de babosa del mismo color que su pelaje. A continuación, y con una mesura casi escalofriante, la cogió por la cola y, fulminándola con la mirada, abrió el pico dispuesta a devorarla.

floritura

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