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Dorsans

Día 4 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      —Ni se te ocurra comértela —le advirtió muy seria Eyra caminando hacia nosotras a paso ligero.

      Sin inmutarse lo más mínimo por su amenaza, Mirdian ladeó ligeramente la cabeza para mirar a la guardiana y alzó una ceja.

      —Dame un solo motivo por el que no debería hacerlo —la retó mientras la pobre Nialdry se zarandeaba desesperadamente hacia los lados para evitar el mortal pico de su captora.

      —Es un miembro de la biblioteca y sabes que está absolutamente prohibi…

      —¡Lo sé! —la interrumpió arañándose el rostro con las plumas de la otra ala— ¡Pero es que es absolutamente insufrible! ¡No la soporto! —espetó hiperventilando mientras ponía los ojos en blanco—. Es más, si llego a escuchar dos minutos más ese vómito verbal, ahora mismo Drip estaría recogiendo mis sesos de las paredes… —aseguró mientras señalaba al trapo.

      —Eres una exagerada… —murmuró Eyra dejando escapar un leve suspiro.

      —¡¿Exagerada, yo?! —exclamó indignada señalándose a sí misma—. ¡¿Es que no la has oído?! ¡Si parecía un arquero borracho lanzando preguntas a diestro y siniestro! Eso por no mencionar que habla consigo misma en voz alta —recordó con cierto repelús.

      —No es tan extraño hablar con uno mismo.

      —¡Por el amor de los dioses, pero si se regaña ella solita! —insistió aún más crispada.

      —Mirdian…

      —¡¿Qué?! ¡Está pidiendo a gritos que la estrangulen! —refunfuñó—. De hecho, no tengo la más remota idea de cómo ha podido sobrevivir tantos años… —farfulló aún consternada de que hubiese logrado semejante proeza.

      —Mirdian, suéltala ahora mismo —le ordenó con crudeza comenzando a golpear el suelo con la pata.

      —No estoy haciendo nada malo, al contrario. Voy a aliviar su sufrimiento —señaló con tono heroico volviendo a girarse hacia Nialdry para comérsela.

      Pensé que, en cuanto aproximara la gelatinosa cabeza de la babosa a su lengua, Eyra la detendría. Pero nada más lejos de la realidad. Se cruzó de brazos y empezó a sonreír maliciosamente. Turbada por su insólito comportamiento, Mirdian se detuvo y entrecerró los ojos como si mirándola de ese modo pudiese descubrir que estaba tramando.

      —Para el carro un momento… —murmuró apartando a Nialdry de su pico—. ¿Qué sucede aquí? ¿Por qué no tratas de pararme? —preguntó sumamente intrigada—. ¿Y a qué viene esa sonrisilla de satisfacción?

      —¿Conoces a la señora Griunt?

      —¡Por supuesto! ¡¿Por quién narices me has tomado?! —contestó ofendida porque le hubiese hecho una pregunta tan absurda.

      —Pues esa que sostienes entre tus plumas y estas a punto de devorar, es una de sus descendientes —explicó señalándola—. De hecho, es la que adoptó y convirtió en su sucesora.

      Incapaz de creerse lo que acababa de escuchar, Mirdian miró de nuevo de arriba abajo la babosa y, señalándola con cara de retortijón, volvió la cabeza hacia Eyra.

      —¡¿Esta?! ¡Imposible! —exclamó con incredulidad—. Lo siento, querida, pero no me lo trago —dijo dispuesta a continuar donde lo había dejado.

      —Ah, ¿no? —preguntó alzando una ceja—. Entonces, ¿me puedes explicar por qué tengo esto en mi poder? —preguntó sacando de su cinturón un pequeño terrón de azúcar de color beige con la forma de una araña.

      Como si acabara de ver una aparición, Mirdian cogió bruscamente la pata de Eyra para ver aquel pequeño dulce más de cerca y empezó a temblar.

      —¿Es… eso es lo que yo creo que es…?

      —Ajá —contestó regodeándose de cómo se relamía compulsivamente el pico sin apartar los ojos del terrón—. Pero me temo que no podrás degustar estas apetitosas delicias —indicó fingiendo estar triste.

      —¡¿EH?! ¡¿Por qué no?!

      —Porque estás a punto de comerte a su creadora —contestó con reproche cerrando la pata violentamente ante sus ojos.

      No sabía qué clase de dulce era aquel, pero estaba claro que Mirdian lo deseaba más que a su propia vida. Tanto era así que su saliva empezó a crear un pequeño charco sobre el suelo.

      —Así que, ¿qué quieres merendar? —dijo desmenuzando sin piedad el terrón—. ¿Babosa de Mainrog, o los suculentos dorsans de Nialdry?

      Al ver como los granitos de azúcar se precipitaban al suelo, Mirdian se arañó la pechuga medio lloriqueando y empezó a sudar. Había dejado claro que no soportaba la incontinencia verbal de Nialdry, pero parecía que aquel dulce le importaba todavía más que su salud mental.

      Temblando como si estuviera en mitad de una tormenta de nieve, miraba a Nialdry para después echar la vista al suelo y así una y otra vez como si se hubiese quedado atrapada en un lapso temporal.

      Harta de esperar a que tomara una decisión, Eyra dejó escapar un gran suspiro y cogió a Mirdian del pico para que la mirara.

      —¿Y bien?

floritura

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