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En busca de las semillas

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Al ver que, de nuevo, se le estaban oscureciendo las plumas, posé delicadamente mi mano sobre su cabecita y la acaricié para que se calmara.

      —No os preocupéis, con lo audaz que sois, seguro que daréis pronto con ellas —aseguré con mi mejor sonrisa.

      Al sentir mi mano, Mirdian dejó bruscamente de cambiar de color. Alzó su rostro y, mirándome, se echó a llorar.

      —¿Qué sucede? ¿He dicho algo malo? —pregunté angustiada de inmediato.

      —No… —contestó con un hilo de voz—. Es que hace cientos de años que nadie me acariciaba así…, como lo hacía él… —murmuró compungida tratando de limpiarse las lágrimas.

      —¿Él? ¿Quién es él? Antes también os habéis referido a alguien al verme.

      —A Nuck…, mi mejor amigo… —dijo con voz quebrada—, pero ya no se encuentra entre nosotros…

      No tenía la más mínima idea de si Nuck era una persona, una criatura o alguien como ella, pero, por lo que había dicho, era evidente una cosa: Mirdian era inmortal.

      —Lo siento mucho, Mirdian… —musité intentando consolarla.

      —No te preocupes, sucedió hace ya mucho tiempo… Más de trescientos años… —señaló intentando recomponerse.

      Tal vez, su amigo hubiese muerto hacía una eternidad, pero se notaba que a Mirdian le seguía afectando como si hubiera sucedido ayer.

      —Pero, si ya no está vivo, eso quiere decir que esta… —farfullé al darme cuenta de por qué se había puesto tan eufórica al verme.

      —En un cuento —dijo muy seria terminando mi frase—. No estoy aquí por mera casualidad. En cuanto oí hablar de la biblioteca y el poder que albergaban sus cuentos, vine y le supliqué a Eyra que recogiera su historia para poder volver a verle —me explicó emocionada, recordando el enorme favor que le había hecho sin tan siquiera conocerla—. Todo fue maravilloso durante muchos años, pues siempre había alguien que se apiadaba de mí y leía su historia para liberarle de las páginas del libro. Sin embargo, cuando la oscuridad se apoderó de la biblioteca, Eyra la clausuró y todos se marcharon —contó con tristeza recordando aquel nefasto suceso y los oscuros años que le prosiguieron.

      —¡¿Eso quiere decir que lleváis más de doscientos años sin verle?! —exclamé angustiada por lo mucho que habría sufrido por tenerle tan cerca y no poder verle.

      —Bueno, siendo sincera, en estos años de encierro, Eyra ha leído su historia para mí varias veces, sobre todo, por mi cumpleaños —confesó agradecida por su infinita bondad—. Pero desde ese fatídico día, yo jamás se lo volví a pedir. Esta vez, era yo la que tenía que ayudarla y devolverle todo lo que había hecho por mí, así que dejé a un lado mis deseos y puse todos mis esfuerzos en lograr que recuperara lo que tanto amaba.

      En cuanto supe que Mirdian había ayudado a Eyra a reabrir la biblioteca, no pude contenerme y la estreché con fuerza entre mis brazos.

      —Gracias… —murmuré junto a su cabecita mientras acariciaba las plumas de su corona.

      —¡¿Eh?! ¡¿Por qué?! —preguntó tan apabullada por mi repentino gesto como por mi agradecimiento.

      —Por ayudar a Eyra a devolver la biblioteca al mundo.

      Al escucharme, Mirdian entendió rápidamente mis sentimientos y, sin decir nada, me devolvió el abrazo.

      —¿Sabes? Creo que se me ha ocurrido una forma mejor de que me lo agradezcas —me susurró al oído tras un breve silencio—. No es que me desagraden los abrazos, en serio, pero tal vez sería más útil que me ayudaras a encontrar mis semillas en vez de estar aquí abrazadas como una de esas ñoñas estatuas cerca del ala del amor…

      Incapaz de no sonreír por su sugerencia, me aparté para poder mirarla y posé la mano sobre su lomo.

      —Haré algo mucho mejor que eso. Si puedo romper el sello con mi llave, os leeré la historia de Nuck —dije, dispuesta a convertir su relato en mi primer cuento en solitario.

      Fue tal su conmoción al oír mi propuesta que se quedó en shock, mirándome con el pico abierto. No obstante, en cuanto asumió que iba a poder volver a ver a su amigo, empezaron a brillarle las plumas y se puso a gritar como una loca.

      —¡¿Lo dices en serio?! ¡¿De verdad lo harás?! —preguntó agarrándome el rostro entre sus alas.

      —Yo nunca miento —aseguré palmeando ligeramente su cabecita para que terminara de creérselo.

      —¡Por mil semillas de Mirdrun! ¡Jamás olvidaré lo que has hecho por mí…! —pero, justo cuando iba a pronunciar mi nombre, se quedó en silencio y se dio cuenta de que ni siquiera me lo había preguntado.

      —Me llamo Rorlin —apunté antes de que se sintiera mal.

      —¡Rorlin! —repitió con energía—. ¡Eres lo mejor que le ha pasado a este lugar en siglos!

      Entonces, se alzó en el aire y empezó a volar eufórica de un extremo a otro del comedor. Sin embargo, su alegría no duró demasiado. En mitad del vuelo, se paró en seco y se posó sobre el mostrador con cara de preocupación.

      —¿Qué ocurre? —pregunté poniéndome en pie para reunirme con ella.

      —No…, no tengo mis semillas… —balbuceó consternada al recordar que aún no las había recuperado.

      —Bueno, ya las encontraréis más adelante —dije, incapaz de comprender cómo podía pensar en comida cuando por fin iba a volver a ver a su amigo después de tanto tiempo.

      —Tú no lo entiendes. Las necesito… —murmuró con angustia volviendo a meterse tras la barra para seguir buscándolas.

      Antes de que pudiera detenerla, Mirdian se introdujo en un armarito y empezó a lanzar bandejas por encima de su cabeza. Afortunadamente, pude apartarme de su trayectoria saltando dentro del mostrador.

      Molesta por haber estado a punto de decapitarme, cogí a Mirdian entre mis manos para detenerla.

      —¡Dejadlo ya, habéis estado a punto de golpearme con esas bandejas! —le recriminé, todavía sofocada por el susto.

      —¡Suéltame! ¡Tengo que encontrarlas! —gritó desesperada tratando de librarse de mis manos—. ¡Las necesito para que Nuck pueda dármelas!

      Fue en ese instante cuando entendí su obstinación. Yo pensaba que las quería por mero capricho, pero estaba completamente equivocada.

      —Mirdian, tranquilizaos —le pedí al ver lo alterada que estaba mientras la acercaba a mi rostro—. Yo os ayudaré a buscarlas y, cuando las recuperemos, os leeré su cuento, ¿de acuerdo? —le prometí con seriedad mirándola a los ojos.

      Conmovida por mi ofrecimiento, dejó de intentar escapar y asintió varias veces.

      Sin un minuto que perder, Mirdian me indicó unos cajones que aún no había revisado y ella siguió rebuscando en el armario.

floritura

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