La Señora Glíria
Segunda parte
Día 2 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Mientras el pobre trapo intentaba reponerse del inesperado golpe, Glíria alzó el cucharón por encima de su cabeza y todas las hojas que andaban revoloteando a nuestro alrededor se iluminaron y de su interior empezaron a caer sobre el otro libro toda clase de ingredientes. Como si el tomo con el caldero fuera un caldero de verdad, absorbió toda la comida y cuando el último elemento cayó, sus páginas se incendiaron.
Asustada por el repentino fogonazo, retrocedí cuanto pude.
—Tranquila, querida, no hay peligro alguno —me aseguró Glíria mientras las otras hojas regresaban al libro con manchas.
Totalmente hipnotizada por aquellas infernales llamas rosas pude ver que, en el interior del libro, empezaban a aparecer diferentes ilustraciones en movimiento mostrando cómo se preparaba la comida.
Al ver mi cara de fascinación, Glíria se enorgulleció todavía más de sus habilidades culinarias y dibujó con el cucharón dos círculos frente al libro para después chasquear nuevamente los dedos. Entonces, como si se tratara de un volcán, el libro empezó a lanzar toda clase de suculentos manjares hacia el techo.
Pensando que toda aquella comida iba a caernos encima, me cubrí la cabeza. Sin embargo, antes de que eso sucediera, Glíria volvió a golpear el bastón contra el suelo. No obstante, en esta ocasión, lo hizo tres veces y el cucharón se transformó y apareció, en la punta de la vara, un juego completo de servir el té.
Sin dudarlo un segundo, la lirona señaló el mostrador con él y, de inmediato, toda clase de recipientes, vajillas y cubiertos cobraron vida. Se elevaron en el aire y vinieron hacia nosotras a toda velocidad. Entonces, como si cada uno supiera lo que tenía que hacer, empezaron a atrapar la comida que caía desde el techo y fueron posándose suavemente sobre la mesa. En un abrir y cerrar de ojos, se formó ante nosotras un banquete digno de un rey.
Todavía impresionada por lo que acababa de suceder, miré a Glíria boquiabierta. Al ver lo sorprendida que estaba, volvió a guiñarme un ojo y cerró el libro del caldero. Lo enganchó de nuevo al cinturón y, dejando el bastón apoyado a su lado, me invitó a probar los innumerables platos que había cocinado para mí.
—¡Adelante, querida, comed cuanto queráis! —exclamó ansiosa por verme disfrutar.
Nerviosa, fui a coger un tenedor, pero, antes de que pudiera cogerlo, Glíria arrugó ligeramente sus bigotes y el cubierto voló hasta mi mano.
Abrumada, sonreí y, sosteniéndolo con firmeza, empecé a escudriñar los platos que había preparado para ver cual podía probar primero.
En el centro de la mesa, había un bol con de toda clase de bollos y tipos de pan; al lado, sobre una fina bandeja de plata, dos frasquitos de cristal rellenos de una especie de mermelada y lo que sin duda debía ser mantequilla; junto al pan, humeante y cubierto de especias, había preparado un jugoso revuelto con huevos, queso y salchichas; al lado, se encontraba un plato con huevos fritos con el borde churruscado sobre un lecho de lonchas de jamón a la brasa y un buen puñado de patatas gratinadas. Justo en el lado contrario, sobre una bandeja alargada, había un crujiente hojaldre relleno de carne, tomate, queso y alguna clase de verdura que no logré reconocer; cerca de mí, casi a la altura de donde se encontraba mi tenedor, había una colorida ensalada. No sé exactamente de qué era, pero olía tan bien y tenía tan buena pinta que a punto estuve de meter directamente el dedo en la salsa para probarla. En el borde de la mesa, Glíria había colocado una fila de jarras con toda clase de bebidas: agua, tres clases diferentes de vino, lo que parecía ser algún tipo de licor, leche y una especie de chocolate muy espeso. Sin embargo, lo que más me atrajo de aquel monumental festín fueron los postres. Sobre una estantería de plata con bandejas había como cinco tipos diferentes de tartas, varios bizcochos y dos tipos de galletas. A su lado, firmes como soldados, tenía tres recipientes con siropes de diferentes sabores y texturas, una copa con una torre de nata y un juego de té listo para tomar, idéntico al que tenía en su bastón.
Incapaz de esperar al final para probar aquellos deliciosos dulces, cogí un plato y me serví un trozo de tarta. Era como una especie de pasta ligera y crujiente con los bordes ondulados, rellena por una crema espesa sobre un lecho de mermelada amarilla con trocitos.
—Probadlo con nata o con sirope de Gürlas. Es la combinación favorita de la señora —me sugirió señalándome los dos complementos.
Sin duda, acepté su consejo y puse un poco de nata por encima. Entonces incrusté el tenedor entre las frágiles capas y, partiendo un trozo, la probé.
—¡Por el amor de los dioses! ¡Jamás había probado nada parecido! —exclamé al ver lo delicioso que estaba—. ¡Es lo mejor que he comido en mi vida! —aseguré, incapaz de parar de comer.
—Parad, os lo ruego —me pidió sofocada—, o al final conseguiréis que me sonroje, ja, ja —dijo emocionada al ver como me relamía con cada bocado.
—Por cierto —dije, al tiempo que cogía otro trozo de tarta de la bandeja—, ¿sabéis de dónde procede esa melodía? —pregunté intrigada—. Creo que la escuché en la sala de hielo cuando toqué un adorno con forma de flor que había sobre la puerta —añadí al recordar aquel instante.
—¿Aún no lo sabéis? —dijo sorprendida por mi pregunta—. ¡Es la melodía de las Flirzias! —contestó—. Y, si no me equivoco, debe haber alguna por aquí cerca… —y, olisqueando el aire, se subió sobre el sillón.
Se asomó tras el respaldo y, al verla flotando a un palmo de suelo, se agarró con la cola al borde y estiró sus deditos para cogerla.
—¡Esta es! —exclamó triunfal sentándose a mi lado para mostrármela.
Era exactamente igual que el adorno y las flores de hielo que cubrían las paredes de la habitación helada. No obstante, esta estaba viva y era incluso más hermosa que la que había visto antes.
—Es preciosa… —murmuré acercando mi mano a los pétalos.
—Me alegro de que sea de vuestro agrado —dijo, inesperadamente, Eyra mientras cruzaba la puerta del comedor.
En cuanto la guardiana puso un pie en la sala, Glíria se bajó bruscamente del sillón, se inclinó ante ella y no alzó la cabeza hasta que Eyra se lo pidió.
—Buenas noches, mi señora —dijo con solemnidad retirando una butaca de terciopelo azul para que se sentara a la mesa.
—Muchas gracias —contestó agradecida sentándose justo a mi lado—. Por como devoráis la deliciosa tarta de Glíria he de suponer que ya casi os habéis recuperado por completo, ¿o me equivoco? —señaló sonriente al ver como comía un trozo tras otro, incluso, en su presencia.
Avergonzada por mi comportamiento, dejé el tenedor y tragué lo que aún tenía en la boca.
—No… —dije con las mejillas ardiéndome—. Gracias por cuidar de mí —añadí, segura de que había sido ella la que me había llevado hasta allí para que descansara.
—No tenéis por qué dármelas. Lo que os sucedió fue culpa mía y lo mínimo que podía hacer era responsabilizarme de mis actos —indicó con cierto malestar mientras señalaba sutilmente la tetera que había al borde de la mesa.
Incapaz de comprender por qué había dicho algo así, fruncí el ceño y la miré extrañada mientras Glíria sacudía su bastón para servirle una taza de té.
—No lo comprendo…, ¿qué queréis decir? —murmuré confusa.
—Veréis, cuando la esfera empezó a grabar las normas en vuestra mente, vuestro cuerpo estaba tan débil que no pudo soportar la intensidad de su magia y os desmayasteis —me aclaró cogiendo la taza entre sus patas—. Estaba tan emocionada por vuestra llegada que no reparé en vuestro estado —reconoció con amargura tomando un pequeño sorbo de té—. Así que, aunque fue un error imperdonable por mi parte, os ruego que me perdonéis —concluyó inclinando la cabeza ante mí.
No sé quién se sorprendió más de los tres, pero Drip se puso de nuevo pálido como la leche y a Glíria a punto estuvo de darle un ataque allí mismo.
—No hay nada que perdonar, así que, por favor, levantad vuestra cabeza —le pedí de inmediato, antes de que Glíria se cayera de espaldas.
—Gracias, Rorlin —dijo enderezándose lentamente—. Os prometo que no volverá a suceder nada parecido —aseguró con seriedad mirándome fijamente a los ojos.
—Sé que apenas nos conocemos, pero si de algo estoy segura es que seriáis capaz de hacer cualquier cosa para protegerme —señalé tratando de aliviar la pesada carga que se había autoimpuesto por un descuido sin importancia.
Tan sorprendida como agradecida por mis palabras, me sonrió con dulzura y tomó otro sorbo.
Aliviada porque Eyra hubiese recuperado la sonrisa, Glíria le ofreció un plato con un trozo de tarta y le rellenó la taza.
—Por cierto, señora Glíria—dijo tras probar un bocado del delicioso postre que acababa de darle.
—¿Sí? —preguntó rauda y veloz dispuesta a recibir órdenes.
—También debería pediros disculpas a vos.
—¡¿A mí?!— exclamó profiriendo un extraño gallo mientras se señalaba así misma.
—Así es —contestó con rotundidad—. Estaba tan centrada con los preparativos de la apertura de la biblioteca que me olvidé por completo de avisaros… —reconoció avergonzada rascándose la frente.
—No…, no es necesario, señora… —balbuceó nerviosa al ver como Eyra le pedía perdón a alguien como ella—. No pasa nada —aseguró con premura para que no se sintiera mal.
Sin embargo, tan pronto como dijo aquello, Drip refunfuñó desde la pared retorciendo las esquinas de sus bordes.
No sé qué dijo exactamente, pero Eyra rompió a reír a carcajadas. Glíria, con la cara roja como un tomate, agitó enfurecida su bastón y lanzó al pobre trapo sobre una de las esferas.
—¡Si vuelves a abrir esa bocaza dejaré que te devoren los Niulins! —le amenazó bajando lentamente su cuerpo cerca de uno de ellos.
En cuanto sintió la presencia del trozo de tela, el pez se apartó del carbón y empezó a subir hacia él. Al notar la ardiente aura del animal, Drip comenzó a gritar como un loco y entrelazó sus bordes para suplicar por su vida.
Pese a sus ruegos, Glíria no parecía muy dispuesta a perdonarle tan fácilmente. No obstante, Eyra se apiadó de él y, chasqueando los dedos, el angustiado trozo de tela apareció en mitad de la mesa, cerca de las jarras.
Aunque a Glíria no le gustó nada ver como Drip se libraba tan fácilmente del castigo, aceptó la decisión de su señora y no dijo nada. No obstante, en cuanto lo vio en la mesa, lo agarró con fuerza y lo ató a su bastón para que no pudiera decir ni una palabra más.
—Bueno, bueno, señora Glíria, creo que ya ha aprendido la lección —aseguró Eyra al ver como temblaba el pequeño trapo—. Además, no tenéis por qué avergonzaros por haber creído que Rorlin era una alucinación provocada por los vapores del jabón. Cualquiera en vuestro lugar habría pensado lo mismo —dijo tratando de contener la risa.
—Maldito parlanchín… —masculló enfadada fulminando a Drip con la mirada.
—Aun así —dijo tratando de recobrar su semblante—, me disculpo por no haberos informado como es debido —insistió tratando de templar el mal humor de su ama de llaves.
Al escuchar su sincera disculpa, Glíria volvió a mirar a su señora y se le pasó el enfado como por arte de magia.
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