Las normas de la Biblioteca
Segunda parte
Día 2 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Aunque las normas estaban claras, no tenía la más mínima idea de lo que significaban aquellos castigos. Sin embargo, a medida que mis ojos fueron recorriendo las doradas letras que los reflejaban, sentí un espeluznante escalofrío de la cabeza a los pies.
Cada uno parecía ser peor que el anterior, pero el que más me inquietó fue el último de ellos. No sé por qué, pero, en cuanto mis labios pronunciaron aquella condena, sentí una punzada en la boca del estómago.
Una parte de mí quería saber más acerca de aquellas extrañas reglas y sus siniestros castigos, pero estaba tan asustada que no me atreví a preguntar.
Como si Eyra fuera capaz de saber cómo me sentía con solo mirarme, dio un paso hacia mí y me pidió que hablase sin tapujos.
—Hay algunas normas que no termino de comprender… —murmuré volviendo a posar mis ojos sobre ellas.
—Veréis, los cuentos que residen en la biblioteca tienen diferentes sellos. Los más sencillos y frágiles pueden ser rotos por cualquier miembro con el simple hecho de usar su llave —comenzó haciendo que mirase el tatuaje que ahora residía en mi muñeca—. Una vez terminéis de leer cualquiera de ellos, tan solo habréis de girar vuestra mano y el tomo volverá a sellarse —indicó poniendo especial énfasis en aquel simple gesto tan importante.
—¿Y los demás sellos? — pregunté de inmediato ansiosa por conocer más sobre los tipos de cuentos que había.
—¿Veis este sello? —dijo mostrándome el colgante con forma de copo que siempre llevaba consigo—. Es el único capaz de abrir todos los libros de la biblioteca —señaló acariciándolo ligeramente—. Sin embargo, si os aplicáis en vuestras lecturas y adquirís el suficiente conocimiento sobre la historia de Zoria, podréis conseguir uno propio —añadió con premura antes de que pudiera sentirme decepcionada.
—¿A eso se refiere la quinta norma, verdad? —dije de inmediato recordando lo que había leído sobre los rangos.
—Así es —asintió señalando esa frase cerca del techo—. En cuanto a las tres últimas normas, todas están relacionadas con los cuentos —puntualizó—. Como ya sabéis, los personajes de las historias pueden manifestarse a placer. Sin embargo, a partir del cuarto nivel, los miembros de la biblioteca son capaces de extraer de los cuentos sus objetos y utilizarlos. En el octavo, pueden invocar a los protagonistas para relacionarse e interactuar con ellos. Y en el duodécimo nivel, al completar el sello, pueden internarse directamente en el cuento —dijo borrando lentamente la ilusión de su rostro—. Sin duda, el sueño para cualquier amante de la palabra escrita —comentó al ver cómo me brillaba el rostro—, pero extremadamente peligroso. Si no se tiene la suficiente fortaleza espiritual y mental, los personajes pueden vincularse al lector y poseerlo… —me explicó tornando su voz cada vez más siniestra.
En otras circunstancias, seguramente me hubiese puesto a reír y a gritar como una loca al descubrir que era posible entrar en los cuentos, pero, tras saber lo que podía llegar a suceder si me adentraba en las páginas de cualquier libro, ni siquiera pude mantener la sonrisa.
—¿Tan peligroso es? —pregunté angustiada.
—En el cuento de la princesa y la sierpe, ¿sentisteis algún temor? —quiso saber mirándome directamente a los ojos.
Sin dudar, tragué saliva y negué rotundamente con la cabeza.
—Es normal. Pese a lo que el pescador le hizo a Luria, no resultó ser un personaje aterrador. No obstante, ¿qué responderíais si, en vez un ambicioso joven, el villano hubiese sido un sanguinario asesino sin corazón, un devorador de almas o una terrorífica criatura capaz de engulliros en un abrir y cerrar de ojos? ¿Desearíais que un ser así se apoderara de vos y os utilizase para salir del cuento y cometer tal clase de atrocidades en vuestro nombre? —preguntó acercándose a un palmo de mi azorado rostro.
En cuanto imaginé esa situación, se me pusieron los pelos de punta y mi rostro palideció. No solo por el miedo, sino porque, enseguida, me di cuenta de que aquella terrible posibilidad tenía algo que ver, y mucho, con el pasado de Eyra y el inquietante cierre de la biblioteca. Podía verlo en sus ojos.
—Si tan arriesgado es, ¡¿por qué no impedís la entrada a los cuentos?! —exclamé, precipitadamente, con voz temblorosa.
—Desgraciadamente, no tengo ese poder —contestó con pesar mirando con tristeza a su alrededor—. Quien construyó la biblioteca le otorgó ese privilegio a cualquiera que alcanzase tal nivel de conocimiento, por lo que ni siquiera yo soy capaz de impedirlo… —aclaró con una mezcla de nostalgia y abatimiento.
Era más que evidente que quien creó aquel mágico lugar deseaba que las personas pudieran formar parte de las historias que tanto amaban. Sin embargo, aquel sencillo deseo había resultado ser la puerta hacia una oscuridad que ni tan siquiera su guardiana era capaz de cerrar.
Asustada, estuve a punto de jurarme a mi misma que jamás cruzaría aquel límite. Sin embargo, en ese instante recordé la última regla de la biblioteca.
—Aun así, no debería haber peligro alguno, ¿no? Según las normas, podéis intervenir si alguien es poseído por un personaje—apunté con la esperanza de no desechar esa opción para siempre.
—Estáis en lo cierto. Pero me temo que hay fuerzas que ni siquiera yo soy capaz de doblegar —murmuró con amargura, apretando con rabia las patas.
Nuevamente, la sensación de que todo esto estaba relacionado con el incidente que provocó el cierre me volvió a invadir. Sin embargo, Eyra parecía tan preocupada que decidí dejar el asunto. Al menos por el momento.
—Pero no os preocupéis —dijo de inmediato al ver cómo me temblaban las manos—, durante los últimos años, he encerrado a los seres más oscuros y peligrosos de Zoria en el interior de la cámara de Mirgdan y la biblioteca vuelve a ser un lugar seguro para sus moradores. Si nadie quebranta las normas, no hay nada que temer —recalcó volviendo a dibujar una sonrisa.
Aunque me alegró saber que aún podría entrar en los cuentos sin correr peligro, cuando dijo que había encerrado a los seres más siniestros en aquella extraña cámara, me pareció ver un atisbo de terror en su mirada y eso me estremeció. Tan solo fue por un instante y, seguramente, fue fruto de mi imaginación, pero aquella mirada me dejó tan tensa que no pude devolverle el gesto.
Al ver lo pálida que estaba, Eyra me cogió de la mano y alzó suavemente mi mentón para que la mirara a los ojos.
—Rorlin, escuchadme con atención —me pidió con suma seriedad—. Sé cuánto habéis sacrificado para poder estar aquí, así que creedme cuando os digo que por nada del mundo permitiría que algo malo os sucediera —aseveró con firmeza mientras sus ojos parecían iluminarse—. Mi única misión en esta vida es proteger los libros y a todos aquellos que ansían leerlos, por lo que estad segura de que entre estos muros estáis a salvo. De modo que, por favor, no temáis las maravillas que os aguardan —me suplicó con ahogo tratando de ahuyentar mis temores.
No sé si fue su mirada o la forma con la que describió los cuentos, pero, en cuanto escuché sus palabras, la ilusión que me había empujado hasta aquel instante de mi vida regresó a mi corazón como si jamás se hubiera extinguido.
Sonriendo, asentí con emoción.
—No lo haré —aseguré devolviéndole la mirada—. Pero me temo que no sé si seré capaz de recordar todas las normas… —murmuré, al ver tantos términos nuevos de golpe.
—Eso tiene fácil solución— y, antes de que pudiera entender que pretendía, Eyra se apartó de mi lado.
Extendió el brazo a su derecha y acarició la esfera. De pronto, las frases se estremecieron y convirtiéndose en una especie de cintas de palabras, se precipitaron sobre mí y comenzaron a atravesarme el pecho.
Cada vez que una de ellas se internaba en mi cuerpo, sus palabras pasaban fugazmente por mis ojos y su mensaje quedaba grabado en mi mente. Era una sensación extraña pero muy cálida. No obstante, en cuanto la última norma centelleó en mi mirada, perdí el sentido.
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