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Un extraño despertar

Primera parte

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      Al oír un extraño chasquido, me desperté. No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo, pero, al abrir los ojos, vi que me encontraba en mi cuarto, sobre la cama y por cómo entraba el sol por la ventana, había amanecido hacía rato.

      Mareada, me restregué los ojos y me enderecé para buscar el origen de aquel ruido.

      —¡Oh, por fin despertáis! —exclamó Glíria subiendo de un salto a los pies de mi cama—. ¡Menos mal! Qué alivio —confesó suspirando mientras se llevaba la mano al pecho.

      —¿Qué ha sucedido? ¿Por qué estoy aquí? —pregunté algo confusa.

      Lo último que recordaba era estar en el comedor, frente a la diosa. Sin embargo, ahora me encontraba sin fuerzas, en mis aposentos y con un hambre atroz.

      Sin pensarlo un segundo, Glíria golpeó su bastón tres veces y, transformándolo en el juego de té, chasqueó los dedos. El aire a nuestro lado estalló y, cuando el rosáceo polvo del hechizo se desvaneció, vi que había aparecido un portal en el comedor.

      De inmediato, la lirona agitó el bastón y, tras unos segundos, cruzó el ondulante velo una bandeja llena de comida. Esta, hizo un par de giros en el aire sin derramar nada y con suma delicadeza se posó sobre mis piernas.

      Había varias tazas con té y una pequeña jarra con leche, tostadas con cuatro tipos de mermeladas diferentes, azucarillos violetas con formas de pétalos, fruta en almíbar y varios trozos de bizcocho con frutos secos.

      En cuanto todo estuvo listo, Glíria cerró el portal y, caminando por la manta para acercarse a mí, me pidió que desayunara.

      —Veréis, os afectó tanto el contacto con la diosa que, cuando os separasteis, perdisteis el sentido —me contó en cuanto me vio llevarme una tostada a la boca—. Lógico, por otra parte. La mayoría de los mortales ni siquiera son capaces de conseguir un vínculo con un dios. Sin embargo, vos no solo lo lograsteis, sino que además pudisteis intercambiar vuestros sentimientos… —explicó recordando lo que vio mientras estábamos conectadas a través de las zarzas—. Por esa razón, os encontráis tan débil y hambrienta. Así que, por favor, comed sin conteneros. Necesitáis recuperar las fuerzas.

      En cuanto supe lo que me había pasado, recordé todo de golpe y empecé a hacerme toda clase de preguntas. ¿Por qué alguien tan insignificante como yo había sido capaz de entrelazar su alma con un dios? ¿Por qué Sicerd me enseñó lo que albergaba su corazón? ¿Acaso quería mostrarme el camino que debía seguir? ¿Realmente existía salvación para alguien como nosotras? ¿De verdad esta inquietante cualidad era un don? Y lo más importante de todo: ¿podía confiar en ella? ¿Debía aceptar la oscuridad que, sin duda, formaba parte de mí o, por el contrario, seguir luchando contra ella?

      Al ver mi azorado rostro mientras cogía un trozo de bizcocho, Glíria se subió sobre la bandeja y zigzagueando entre los platos, me cogió con suavidad por la barbilla para que la mirara a los ojos.

      —No tenéis por qué preocuparos, Sicerd jamás os haría daño —aclaró de inmediato tratando de tranquilizarme.

      Conmovida por su zozobra, sonreí.

      —Os agradezco vuestra preocupación, pero no es eso lo que me inquieta… —confesé con ahogo.

      —¿Entonces? —preguntó angustiada.

      Al ver sus diminutos ojos verdes mirándome con desazón, estuve tentada de contestarle. Sin embargo, en cuanto me di cuenta de lo que estaba a punto de hacer, llené mi boca con lo que me quedaba de bizcocho y le pedí que olvidara lo que había dicho.

      No era propio de mí exponerme de aquella manera, y menos con tanta facilidad. Parecía que, después de haber compartido los sombríos secretos que albergaba mi corazón con Sicerd, me encontraba tan vulnerable que no hacía falta mucho para hacerme confesar cualquier cosa. Si realmente quería mantener oculto mi oscuro pasado, debía andarme con mucho cuidado, y más hasta que volviese a ser la misma de siempre.

      Glíria no pareció satisfecha del todo con mi respuesta, pero, al ver que no me sentía cómoda hablando sobre ello, prefirió no insistir y me ofreció una taza de té con su habitual sonrisa.

      —¡Por cierto! —exclamó de repente golpeándose la frente con la pata—. La señora Sicerd ha dejado un presente para vos en el comedor y me ha pedido que os entregara esto cuando despertarais —dijo sacando de su capa un pequeño saquito de arpillera con una cinta púrpura.

      —¿Qué es? —pregunté intrigada, intentando olvidar el incómodo percance que acabábamos de tener.

      —Pues realmente no tengo ni la más mínima idea —confesó con franqueza, poniéndolo sobre la palma de mi mano—, pero, tal y como huele, parece alguna clase de mezcla de plantas… —murmuró olisqueando por encima del saco.

      Sin dudarlo, tiré de la cinta y lo abrí. Dentro, había una hoja dorada con algo escrito y un montón de polvo granate. Al ver como Glíria entrelazaba sus deditos ansiosa por descubrir que ponía allí, sonreí y leí en voz alta.

      —«Para cuando las pesadillas no os dejen dormir. Una pizca en cada ojo será suficiente» —en cuanto dije aquellas palabras, una mezcla de vergüenza y ansiedad se apoderó de mí.

      —¿Pesadillas? —murmuró Glíria frunciendo el ceño—. ¿Tenéis pesadillas? —preguntó, volviendo a mirarme con preocupación.

      Era absurdo tratar de mentir esta vez, así que, muy a mi pesar, guardé la hoja en el saco y puse mi mejor sonrisa.

      —Bueno, algo así, ja, ja, ja, aunque no tenéis por qué preocuparos. Hace ya mucho tiempo que no las tengo… —contesté tratando de quitarle importancia.

      —Entonces, ¿por qué la señora…? —masculló todavía inquieta mirando el regalo que Sicerd me había hecho.

      —Supongo que durante el vínculo vio que solía tenerlas y ha querido darme algo por si vuelvo a sufrirlas —me apresuré en conjeturar antes de que Glíria sacara sus propias conclusiones.

      —Sí, será por eso —asintió satisfecha con mi suposición mientras se bajaba de la bandeja.

floritura

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