Un extraño despertar
Segunda parte
Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën
Aliviada por haber salido del entuerto, Glíria saltó de la cama y volvió a transformar su bastón. Dio cinco golpes sobre la alfombra y, en la punta, apareció una bobina de hilo con una aguja clavada y unas tijeras de costura atravesando el carrete.
Mientras yo no dejaba de sorprenderme con las innumerables formas que era capaz de tomar su singular cayado, el ama de llaves se giró hacia mí y, cerrando un ojo como si estuviera tratando de apuntar, puso el bastón ante mí. De repente, chasqueó los dedos con la otra mano y en el aire aparecieron dos cintas azules. Hicieron una leve reverencia ante su dueña y se enroscaron rápidamente alrededor de mis brazos. En un abrir y cerrar de ojos, empezaron a deslizarse por mi piel como si fueran serpientes y me tomaron todas las medidas. En cuanto supieron hasta cuanto medía el dedo meñique de mi pie izquierdo, dejaron de hacerme cosquillas y regresaron junto a Glíria. Se detuvieron a un palmo de sus bigotes y, entrelazándose entre sí hasta formar un precioso lazo, se convirtieron en una brillante bobina de hilo azul.
—¡Perfecto! —exclamó al ver lo brillante y fino que era.
Emocionada, hizo un gesto con la pata y la aguja de su bastón cobró vida. Descendió suavemente sobre la bobina y cogiendo el extremo del hilo, se puso a tejer como una loca. Iba tan rápido que, a su alrededor, se formó una espesa nube azul que no desapareció hasta que se detuvo.
Entonces, el alfiler se apartó y vi que había convertido el hilo en un precioso ajuar. Había cuatro vestidos, a cada cual más hermoso que el anterior, para diferentes ocasiones; un cálido abrigo con la capucha y los puños forrados; toda clase de ropa interior y hasta tres pares de botas y zapatos distintos.
Fue tal la impresión al ver toda aquella ropa nueva que me quedé sin habla con la boca abierta.
—Veo, por vuestro rostro, que son de vuestro agrado. Me alegro —dijo Glíria, orgullosa al ver cómo me brillaban los ojos.
—¿Son… mías? —pregunté, incapaz de creer que hubiese confeccionado todas aquellas prendas para mí.
Sin saber si echarse a reír o darme una colleja, dejó escapar un suspiro e hizo regresar las agujas al bastón. Después, dio un par de pasos al frente y encogiéndose de hombros para tomar aire, apoyó una de sus patas sobre la cadera.
—¡Por el amor de los dioses! ¡Por supuesto que son para vos! —exclamó zarandeando cerca de mi rostro el bastón con la bobina y las tijeras—. ¿O acaso pensáis que tomo las medidas a la gente por puro entretenimiento? —preguntó jocosa, todavía sorprendida de que dudara de algo tan obvio.
—No…, es que no tengo dinero para pagar tanta ropa… —contesté con un hilo de voz— y menos de una calidad como esta… —añadí al ver que incluso había engarzados algunos adornos de plata en los vestidos.
Al darse cuenta de lo que me había hecho vacilar, Glíria cambió drásticamente la expresión de su rostro y bajó el bastón arrepentida por cómo me había hablado. Avergonzada, se acercó hasta el borde de mi cama y puso su pequeña pata sobre el dorso de mi mano.
—Siento mucho haberos hablado así, querida, y mucho menos sin saber qué era eso lo que os preocupaba… —murmuró casi sin voz tratando de disculparse.
—No os preocupéis, sin mala intención no hay agravio posible —indiqué quitándole importancia a su comentario.
Agradecida por mi comprensión, Glíria se restregó la nariz emocionada y me sonrió.
—Toda esta ropa es un obsequio de bienvenida que hacemos a los nuevos miembros de la biblioteca, no tenéis que pagar nada por ella —me explicó mientras alzaba el bastón para que todas las prendas se guardaran en mi armario.
—Pero son demasiadas… —repliqué incapaz de aceptar tal cantidad sin más—. Al menos, dejad que os lo agradezca de alguna… —pero antes de que pudiera terminar aquella frase, Glíria chistó para hacerme callar.
—Con un simple «gracias» estaré más que satisfecha —indicó mirándome fijamente a los ojos.
Al darme cuenta de que una simple palabra no bastaba para mostrarle cuán agradecida estaba por lo que acababa de hacer por mí, la rodeé con mis brazos y la abracé con fuerza.
—Muchas gracias… —murmuré con ahogo a su oído, tratando de contener mis lágrimas.
Aún sorprendida por mi abrazo, Glíria se conmovió al oírme y devolviéndome el gesto, me dio unas palmaditas en la espalda para reconfortarme.
—No hay de que, querida —dijo emocionada.
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