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Un extraño despertar

Tercera parte

Día 3 en la biblioteca, año 1345 del periodo Nurgën

 

      De repente, Drip apareció volando por encima de nuestras cabezas y se posó sobre la alfombra. Estaba de color amarillo verdoso y temblaba como si acabaran de intentar hacerle trizas.

      —¡¿Qué sucede, Drip?! —preguntó Glíria, preocupada al ver que apenas era capaz de moverse en línea recta.

      Casi sin fuerzas, el trapo contestó y empezó a balancearse como si fuera a desmayarse.

      —¡Por los calderos de mi madre! ¡No te pongas así, no te va a hacer nada! —exclamó irritada cogiendo a Drip entre sus patas.

      —¡Sí, sí, ya sé que te impresiona su sola presencia, pero ya deberías estar acostumbrado! Aunque hayan pasado doscientos años, estás cansado de verle —arguyó ante los insistentes gimoteos de su sirviente.

      Fue entonces cuando el pobre trapo dio un pequeño salto en el aire y, poniéndose negro durante un segundo, se sacudió como un loco para luego volver a echarse a temblar.

      —¡¿Cómo que ha cambiado?! —dijo frunciendo el hocico—. ¡Pero qué tonterías estás diciendo! ¡Serán imaginaciones tuyas! —le recriminó, negándose a creer lo que acababa de decirle.

      —¿Qué ocurre? —pregunté al verme incapaz de entender de qué estaban hablando.

      —Lo siento, querida —se disculpó Glíria al ver mi cara de desconcierto—, pero ha llegado un antiguo miembro de la biblioteca y Drip se ha impresionado un poco —me aclaró abanicando al pobre trapo para ver si se recuperaba del soponcio.

      Justo en ese momento, Drip alzó ligeramente una de sus esquinas y tras gruñir algo, volvió a recostarse sobre el brazo de su dueña. Como si acabaran de darle a oler carne podrida de hace un mes, a Glíria se le desencajó la cara y se puso roja como un tomate. Enfurecida, cogió al trapo por los bordes y zarandeándolo, empezó a gritarle.

      —¡Serás inútil! ¡¿Pero cómo no me dices eso primero?! —le recriminó mientras Drip iba poniéndose cada vez más verde por el mareo—. ¡La señora te pide que me busques para que les prepare un té y te quedas ahí tirado lloriqueando por alguien a quien conoces y has visto miles de veces! ¡No mereces ni uno solo de los hilos con los que te cree! —espetó enfadada a punto de salirle humo por las orejas.

      Destrozado por lo que acababa de decirle, Drip se puso de color ceniza y se echó a llorar.

      —Seguro que no lo ha hecho con mala intención… —sugerí al ver lo triste que le había puesto su comentario.

      Sofocada por sus propios gritos, me miró y, al volver a clavar los ojos sobre su sirviente y verlo en aquel lamentable estado, se dio cuenta de que se había excedido.

      Tratando de recuperar la compostura y calmarse, Glíria cogió unas cuantas bocanadas de aire y en cuanto se serenó, consoló al pobre Drip.

      —Perdóname —murmuró palmeando el borde del pobre trapo.

      Incapaz de creer que su dueña le pidiera perdón después de haber cometido un error tan grave, se puso fucsia, detuvo su llanto y comenzó a ronronear como si de un gato se tratara.

      —Sí, sí, ya vale, te perdono —dijo al ver como se restregaba contra ella—. Pero si vuelves a cometer un error así, te dejaré sin lavar y sin Halgüins dos semanas —le advirtió señalándole con el dedo.

      Fue escuchar aquella amenaza y el trapo, recuperando su azul habitual, se enderezó como un soldado y negó fervientemente con las esquinas.

      —Eso espero —masculló alzando una ceja—. Bueno, querida, me tengo que marchar. La señora Eyra precisa de mis servicios —explicó volviendo a transformar la vara en el juego de té.

      —Sí, claro, marchaos. No os preocupéis por mí —dije de inmediato.

      —Cuando termine mis labores, mandaré a Drip a recoger la bandeja —señaló mirándola mientras se elevaba en el aire—. Así que más os vale que la dejéis vacía —sugirió amablemente sonriendo.

      Viendo que era imposible que dejara de preocuparse por mí, cogí la taza de té y, mientras me la tomaba de un trago, me despedí de ambos. No obstante, cuando estaban a punto de salir de mi libro, Drip farfulló algo y Glíria se detuvo bruscamente.

      —¡Arghhh! ¡¿Y por qué no lo dices antes!? —gritó golpeándose la frente de pura frustración.

      Intentando no matar a su sirviente allí mismo, descendió levemente y me llamó para que saliese de la cama. Todavía algo débil, me apoyé sobre el dosel y miré hacia arriba.

      —Perdonadme, Rorlin —murmuró avergonzada, mirando de reojo a Drip, que había ha vuelto a temblar como un sonajero—, Eyra le ha dicho a este mendrugo —dijo haciendo especial énfasis en la última palabra— que estará todo el día ocupada, así que podéis hacer lo que os plazca. Aunque ha sugerido que tal vez os apetezca leer algún cuento por vuestra cuenta —explicó repitiendo palabra por palabra lo que su criado le había dicho.

      La sola idea de poder vagar a mis anchas por las estancias de la biblioteca, me entusiasmaba. Sin embargo, saber que Eyra deseaba que empezara a descubrir cuentos yo sola fue lo que realmente me puso la carne de gallina.

      —¡Ah! También ha comentado que Sicerd está ansiosa por volver a veros, tanto que ha prometido que vendrá a la fiesta de reapertura —añadió malhumorada, repitiendo lo que Drip acababa de añadir—. ¿Seguro que no se te olvida nada más? Porque como a mitad de camino tenga que regresar te dejaré atado a la aldaba de la puerta principal lo que resta de día —le amenazó para cerciorarse de la inestable memoria de su criado.

      Blanco como la sal, Drip negó fervorosamente con uno de sus bordes y se quedó en silencio.

      —¿Vend… vendrá…? ¿Fiesta de bienvenida…? —balbuceé intentando asumir lo que significaban esas palabras—. Pero ¿no era un personaje del cuento? —pregunté con los ojos a punto de salírseme de las órbitas.

      Pese a lo enfadada que estaba por el comportamiento de su sirviente, le resultó tan divertida mi pregunta que se echó a reír.

      —¡Me temo que no, querida, ja, ja, ja! La diosa que apareció ayer frente a vuestros ojos es la real, no un mero eco —señaló intentando contenerse.

      Fue tal la conmoción al descubrir la verdad que me fallaron las rodillas y me desplomé sobre la alfombra. Preocupada, Glíria cesó de inmediato su risa y descendió rápidamente a mi lado.

      —Perdonadme, no creí que os afectaría tanto la noticia. ¿Os encontráis bien? —preguntó angustiada al ver lo pálida que me había puesto.

      —Sí…sí…, no os preocupéis —murmuré todavía consternada.

      —¿Seguro? —insistió posando la pata sobre mi hombro—. No me importa quedarme a vuestro lado hasta que os recuperéis.

      —Sí, de verdad —contesté recuperando la sonrisa para no preocuparla—. Marchad junto a Eyra, os está esperando —le recordé.

      Aunque se notaba que aún estaba algo inquieta por mi estado, volvió a elevarse en el aire y salió del libro, no sin antes pedirme que la avisara si necesitaba algo.

floritura

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